
Es fácil rezar un rato, un día, cuando estamos fervorosos, pero, mantener ese contacto espiritual a diario... ¡cómo cuesta! Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios «el Juez Supremo» se desentiende o se duerme y no nos atiende. Sin embargo, Él presta mucha atención porque es justo, y porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón, como la viuda del Evangelio. El Papa Francisco, hablando de esta mujer que aparece en esta escena del Evangelio dice: «Aprendamos de la viuda del Evangelio a rezar siempre, sin cansarnos... Luchar, rezar siempre ¡Pero no para convencer al Señor a fuerza de palabras! ¡Él sabe mejor que nosotros qué necesitamos! Más bien la oración perseverante es expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él, cada día, en cada momento, para vencer al mal con el bien. (20 de octubre de 2013).
Dios siempre escucha las plegarias de sus hijos, no se inhibe ante nuestros problemas porque es un Dios justo. La pregunta de Jesús en el Evangelio de hoy nos debe hacer reflexionar: «cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?» ¿Qué significa realmente esta pregunta? ¿Resistirá el discípulo-misionero a las dificultades y obstáculos que el mundo le presenta o se dejará vencer por ellas? ¿Somos hombres y mujeres de fe que buscamos la justicia de Dios o solamente la justicia del mundo, que es diferente? Meditando este pasaje del Evangelio, debemos preguntar, necesariamente, cómo es nuestra vida de oración. Si es relevante para nosotros o no, si la dejamos por cualquier motivo o por simple pereza. Hay unas palabras de Santa Teresa de Calcuta que nos pueden ayudar a comprender mejor este evangelio: «Ama ora. Siente a menudo la necesidad de orar a lo largo del día. Deseamos mucho orar, pero después fracasamos. Entonces nos desanimamos y renunciamos. Si quieres orar mejor, debes orar más. Dios acepta el fracaso, pero no quiere el desánimo. Acordémonos de que el que quiere poder amar, debe poder orar». Está claro que, si queremos ser hombres y mujeres de oración debemos abrir nuestro corazón a la escucha de la Palabra, como María, la Madre de Dios, que guardaba y rumiaba la Palabra de Dios en su corazón y la ponía en práctica (Lc 2,19; Lc 8,19-21). ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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