domingo, 26 de noviembre de 2017

«¡VIVA CRISTO REY!... Un pequeño pensamiento para hoy

El pasaje del evangelio de san Mateo, que la Iglesia toma para celebrar la fiesta de Cristo Rey (Mt 25,31-46) el día de hoy, es siempre sorprendente. ¿Cuál es la única razón por la que Cristo abre las puertas de su reino a los que ha puesto a su derecha? ¿Por qué abrió el Hijo del Hombre a estos y no a los otros las puertas del Reino? San Agustín decía que cada vez que leía este Evangelio se quedaba asombrado y un tanto sorprendido. ¡Es que lo único que nos salva ante Dios es el amor fraterno! Qué razón tenía san Juan de la Cruz cuando decía que a la tarde de la vida nos examinarán en el amor. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace más de dos mil años. En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta manera vamos instaurando desde ahora el Reinado de Cristo en nosotros mismos, en nuestros hogares, empresas y ambientes, aunque sabemos que Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres, hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía. 

Que distinto es nuestro Rey a los reyes de la tierra. Al entrar triunfalmente en Jerusalén, su figura real era totalmente nueva, sorprendente. Un rey que monta un burro y que a la vez es aclamado por los niños y odiado por los cabecillas del Templo. Un rey que es coronado de espinas ante el griterío de la turba y las burlas de la soldadesca. Un rey cuyo trono está en una cruz y cuyos adornos son las huellas encarnadas de una serie de azotes sobre su carne desnuda. Un rey que es como un pastor que sigue el rastro de su rebaño cuando encuentra las ovejas dispersas. Un Rey que cuando vuelva a la tierra, el orbe entero se estremecerá desde sus cimientos ante tu presencia soberana... Al hacerse tan humilde, al bajarse tanto, al presentarse como un pobrecito hombre más, nuestro Rey muestra la trascendencia de su realeza: «Lo que hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). 

La parábola del Juicio Final cuenta lo que debemos hacer para poder tomar posesión del Reino: acoger a los hambrientos, a los sedientos, a los extranjeros, a los desnudos, a los enfermos y presos. Los que están del otro lado del Juicio son llamados «malditos» (Mt 25,41), y están destinados al fuego eterno, preparado por el diablo y los suyos. Jesús usa el lenguaje simbólico común de aquel tiempo para decir que estas personas no van a entrar en el Reino. Y aquí también el motivo es uno sólo: no acogieron a Jesús hambriento, sediento, extranjero, desnudo, enfermo y preso. No es Jesús que nos impide entrar en su Reino, sino nuestra práctica de no acoger al otro, la ceguera que nos impide ver al Rey de reyes y Señor de señores en los pequeños. A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la época de la cristiada en México, quienes, por defender su fe, fueron perseguidos y murieron gritando «¡Viva Cristo Rey!» Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida como premió a su Madre santísima y a tantos y tantos santos y beatos alrededor del mundo. La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Principio y el Fin de todo el Universo. Todos los que se encuentran con el Señor, escuchan su llamado a la Santidad y emprenden ese camino se convierten en miembros del Reino de Dios... ¡Qué viva Cristo Rey!

Padre Alfredo.

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