lunes, 6 de noviembre de 2017

«Una invitación sin inversión»... Un pequeño pensamiento para hoy


El evangelio que la liturgia de la Palabra de este lunes propone, continúa con la enseñanza que Jesús nos está dando alrededor de diversos asuntos, todos ellos enlazados con algo que también es muy propio de nuestra cultura... ¡las comidas! En una comida Cristo sana (Lc 14,1-6); en una comida deja un consejo para no ocupar los primeros puestos (Lc 14,7-12); en una comida lanza una invitación para invitar a los excluidos (Lc 14,12-14). En esta ocasión, Jesús está comiendo en casa de un fariseo que le había invitado. La invitación que le han hecho constituye el asunto de la enseñanza del evangelio de hoy. En toda cultura hay diversos tipos de invitaciones. Podemos hablar básicamente de dos tipos: invitaciones interesadas en beneficio propio e invitaciones desinteresadas en beneficio de otros. Jesús dice: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado» (Lc 14,12).

La costumbre normal de la gente es ésta hasta nuestros días: Para almorzar, comer o cenar se invita a los amigos, los hermanos y los parientes. Además, mucha gente hace sus cálculos: a Perengano «le debo» una comida, me toca a mí esta vez... Tengo que invitar a Fulanita de Tal a cenar para quedar bien... Voy a llevar a Sutanita a comer porque si no se siente y para qué quieres. Me conviene invitar a Mengano para que, a cambio... Pero es bastante raro que alguien se siente alrededor de la mesa con personas desconocidas. ¡Se come con gente conocida o con gente que hay que quedar bien! Jesús piensa de forma bastante diferente y propone invitar de una forma desinteresada como nadie solía o suele hacerlo. De verdad... ¡Qué estilo tan diferente el de Jesús! «No invites a tus a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos... invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con que pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos». Es decir: Invierte a fondo perdido; regala y regálate...porque así es y actúa tu Padre Dios y desea que te parezcas a él. Hazlo así porque es urgente que cambiemos este mundo de intereses, en un mundo nuevo. No es una invitación a dar un taco al que pide en la puerta, sino a sentarlo en la mesa. Ni es darle la ropa que yo ya no quiero y me sobra, sino... ya se entiende. Sentar a alguien necesitado en mi mesa es sinónimo de hacerle un hueco digno en mi vida: no es un simple asunto gastronómico. Hablaríamos de acoger, interesarnos, atender, darles nuestro tiempo...

¡Me encantan las casas en donde quienes trabajan en casa comen en la mesa! ¡Me llena de alegría cuando veo que hay familias que tienen comida lista y un espacio para que se siente a comer en el porche, la cochera o el antecomedor, el que pasa pidiendo algo! Pero creo que para muchos estas palabras de Jesús están sin estrenar... Y honestamente... no se me ocurre añadir, de mi parte, más comentarios, especulaciones, razonamientos o planteamientos esta mañana. Pienso en dos cosas. La primera es una pregunta: ¿Qué haría María Santísima ante esta situación, si se encaminó a servir a una parienta que vivía lejos (Lc 1,39ss) y se preocupó del vino que faltaba a unos novios para su boda (Jn 2,1ss)? La segunda es una afirmación: ¡Qué orgullosa se sentiría como Madre cuando reflexionaba y recordaba con los Apóstoles aquello que su Hijo, que aprendió tantas cosas en casa, les había enseñado: «Pues si yo, vuestro Señor y Maestro, les he lavado los pies, también ustedes se deben lavar los pies unos a otros; porque ejemplo les he dado, para que así como yo lo he hecho, también ustedes lo hagan... si entienden estas cosas, dichosos ustedes si las ponen por obra» (Jn 13,12-20)! ¡Bendecida semana!

Padre Alfredo.

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