jueves, 16 de noviembre de 2017

«Un “YA” pero “TODAVÍA NO”»... Un pequeño pensamiento para hoy


La inquietud sobre el día del fin del mundo la conozco desde que tuve uso de razón. Recuerdo que de pequeño escuchaba que nuestros hermanos Testigos de Jehová decían que en 1974 se iba a acabar el mundo. Pero eso no era una novedad, los fariseos del tiempo de Jesús ya tenían esa turbación en sus vidas. Es que ellos esperaban un Mesías triunfante, que restableciera el antiguo esplendor de Israel y Jesús, desde el comienzo, decía que su Reino no era de este mundo. El Reino es algo más espiritual, invisible, pero presente desde el momento en que Jesús se encarnó. Como nos enseñaba el padre José Antonio Muguerza en la clase de Liturgia cuando era seminarista: «Un “YA” pero “TODAVÍA NO”» (Lc 17,21). Es que el Reino, si nos hemos dejado alcanzar por Jesús, está ya dentro de nosotros. Y por eso no debemos ponernos nerviosos, pensando en la llegada del último día. Lo importante es centrarse en el «aquí y ahora» y estar preparados como discípulos-misioneros. Este es el tema del Evangelio de hoy (Lc 17,20-25) y de los próximos días en que la liturgia nos hablará de la llegada del fin de los tiempos.

El Reino de Dios ya está entre nosotros pues, pero no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud. Y esa llegada de la plenitud Reino no depende de los pronósticos que se hagan por las guerras, terremotos o situaciones de cambio social que se presenten... ¡estos han existido siempre!, sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano. Pero, una cosa si es cierta, antes de la llegada de ese Reino está la presencia de la Cruz (Lc 17,25). «Así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación». La Cruz siempre nos acompañará como «expresión de la sabiduría y del poder de Dios (1Cor 1,23). El camino para la Gloria, cuando se completará el gozo que el Reino nos trae, tiene que pasar necesariamente por la cruz. La vida de Jesús es nuestro canon, es la norma canónica para todos nosotros, no hay otra manera de alcanzar esta plenitud.

Creer en Jesús y en Su Reino es lo que a nosotros nos toca. Pero este no es un asunto racional, al que llegaremos por el convencimiento basado en el método científico. Es cuestión de Fe. Para esto es preciso dejarse alcanzar por Jesús, oírle, dejar que su Palabra penetre en nuestras vidas; amarle y hacerle amar. Si pretendemos desentrañar y demostrar científicamente que esto es lo que debemos hacer, nos perderemos en disquisiciones. Solo abrazando la Cruz y poniéndonos en manos de Dios nuestro testimonio de vida podrá ser tan claro y diáfano —«como el relámpago que atraviesa e ilumina todo el cielo de extremo a extremo» (Lc 17,24)—que hable de la llegada del Reino a los demás demostrando que Dios es el centro de nuestras vidas, de nuestra historia y del universo entero. Y todo lo que tenemos que hacer para mostrar que el Reino ya está entre nosotros es amar: amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mc 12,30-31). Una ley que parece adversa a la del mundo actual que se empeña en propiciar la defensa egoísta de nuestro bienestar, de nuestro prestigio, de nuestro poder, de nuestra comodidad y de nuestras riquezas. El seguimiento de Jesús exige el amar como María, en cuyo corazón el Reino se empezó a establecer cuando pronunció su «Sí» a los planes de Dios. Su reino es el Reino de Cristo, un reino de amor porque de su eximia caridad nos ama con corazón maternal como hijos suyos y hermanos de su Hijo (cfr. 1 Cor 13,8). ¡Bendecido Jueves rogando a Jesús Eucaristía que «Venga a nosotros su Reino»!

Padre Alfredo.

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