lunes, 13 de noviembre de 2017

«Auméntanos la fe»... Un pequeño pensamiento para hoy


«Auméntanos la fe», es la súplica de los Apóstoles en el Evangelio que la liturgia de hoy nos invita a meditar (Lc 17,1-6) y que bien nos viene en tiempos como los que vivimos. Al leer este pasaje me vino, por supuesto, la idea de unirme a ese clamor de los discípulos y pedir más fe, esa fe que la Sagrada Escritura muestra y nos la describe de mil maneras. La Sagrada Escritura nos dice que por ella vivimos y sobre ella somos edificados (Hab 2,4; Jds 20), que por medio de ella recibimos al Señor y andamos en sus caminos (Col 2,6), que sin ella es imposible agradar a Dios (Hb 11,6), que por ella nos podemos presentar justificados (por la reconciliación en el sacramento) delante de Dios (Rm 5,1), que es nuestro escudo contra Satanás (Ef 6,16; 1 Ped 5,9), que por medio de ella conocemos la gracia de Dios y alcanzamos la salvación (Ef 2,8), que por ella servimos a Dios y hacemos buenas obras (St 2,17; Ef 2,10), que por ella alcanzamos las promesas de Dios (St 1,5-6; Hb 11,33) y que por ella vencemos al mundo (1 Jn 5,4).

Unido al ruego de los Apóstoles yo también pido al Señor ¡Auméntame la fe! ¡Auméntamela, Señor, que buena falta me hace! Estoy convencido de que, entre más clame al Señor en la oración y en la vivencia profunda de la celebración de la Eucaristía, más conoceré al dador de esta fe y más se relacionaré con él que es quien fortalece mi débil, enclenque, pero certera fe. Me cala hondamente escuchar que el Señor dice: «Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: “arráncate de raíz y plántate en el mar” y los obedecería» (Lc 17,6). Sí, me cala porque sé que solo con mucha fe en Dios es posible llegar hasta el punto de tener un amor tan grande que nos haga capaces de darlo todo sin esperar nada a cambio. Humanamente hablando, a los ojos del mundo, amar así es una locura y un escándalo, pero para el que tiene fe esta actitud debe ser expresión de la sabiduría divina que nos ama infinitamente. Decía san Pablo: «Mientras que nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos» (1Cor 1,23).

Vuelvo a la súplica de los apóstoles de que les aumente la fe, y veo también que Jesús contesta con una «fe milagrosa», una fe que es capaz de arrancar árboles y plantarlos en el mar. El Señor vuelve a utilizar ese lenguaje que exagera, la hipérbole que consiste en exagerar lo que se dice hasta darle una dimensión increíble. Si leemos atentamente el contexto de este pasaje, descubriremos que lo que Jesús está proponiendo no es ver y entender la fe de una manera «mágica» con «poderes sobrenaturales», sino abrazar y vivir la fe en lo ordinario, en lo pequeño, en lo cotidiano de la vida. La comunidad de discípulos-misioneros, en oración con María, la Madre del Señor, tiene que recibir la fe como el grano de mostaza, que es pequeña, pero capaz de transmitir vida. La comunidad de creyentes tiene que abrazar esta manera de vivir la fe precisamente como María, que no busca grandeza ni poder, sino germinar en el corazón la confianza en que los planes del Señor son los correctos. Por eso la Sagrada Escritura nos dice que María guardaba muchas cosas en el corazón para meditarlas (Lc 2,19). La fe que el Señor requiere, como condición para seguirle, para amarle y hacerle amar, no es realizar cosas extraordinarias, sino más bien abrazar lo ordinario y cotidiano de la vida, san Lucas nos presenta la fe vivida, una fe auténtica que la Iglesia primitiva irá viviendo como algo que distingue a los verdaderos hombres y mujeres de fe, de los falsos hermanos (1 Tim 4,1). Esta es la fe que necesitamos para ser parte de la familia de Jesús. No se requiere una fe asombrosa o mágica, sino una fe simple, sencilla y atenta a la voluntad de Dios... ¡Tengan, pues, cuidado! (Lc 17,3).

Padre Alfredo.

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