Hoy, en la Iglesia católica, celebramos la presentación de la Santísima Virgen María. Esta es una fiesta que nació en Oriente, en el año de 543, con ocasión de la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, en Jerusalén. Se supone que María fue presentada en el Templo como era la costumbre, según el Evangelio nos narra lo fue su hijo Jesús. Pero, este es uno de los misterios de la vida de la Santísima Virgen que menos conocemos. La Sagrada Escritura no dice nada acerca de este hecho, que, sin embargo, está fundado en una tradición antigua y autorizada, y es ampliamente reconocido por la Iglesia. La ceremonia de presentación en el templo era para los judíos lo que hoy el Bautismo es para los cristianos. ¿Qué decir de algo de lo que no sabemos nada o casi nada? Sólo podemos hablar, a la luz de esta memoria mariana, que, desde el principio de su existencia, María fue la «humilde sierva del Señor», al que amaba y servía con todas sus fuerzas (Cfr. Lc 1, 26-38). La respuesta al Ángel en el momento de la Anunciación, expresa una actitud que ha sido vivida por ella desde siempre, por eso antes de que la Virgen la pronunciase, pudo decirle el Ángel: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios» (Lc 1,30).
A la libre iniciativa del Altísimo que la concibió inmaculada y llena de gracia, la Virgen respondió siempre con toda libertad y con todo el amor de su corazón inmaculado. ¡Qué ganas de tener un corazón como el de ella! Me viene a la mente aquel canto tan hermoso, obra de mi admirado profesor José Hernández Gama que dice: «Préstame tu corazón, Virgen María, para hospedar a Jesús, en este día». ¡Para hospedar a Jesús!... ¡Qué dicha y que honor! Y entonces me encuentro con el Evangelio que la liturgia propone para este martes y me llama la atención que Jesús dice a Zaqueo: «Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que “hospedarme” en tu casa» (Lc 19,5). Es Jesús quien toma la iniciativa de hospedarse en casa de Zaqueo, es Dios el que sale a nuestro encuentro invitándonos a amar con alma grande; a servir con generosidad, para luego gozar del cielo por toda la eternidad, habiendo sembrado primero, a lo largo de nuestra vida, la buena semilla del testimonio, del amor, de la justicia y de la paz. La simple presencia de Jesús en esa casa de Zaqueo, obró en éste un cambio de vida radical: «Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más» (Lc 19,8). El pequeño Zaqueo se ha convertido, por el contacto con Jesús, en un hombre nuevo, en una nueva creación, «levantado» y «resucitado» a una vida diferente. Y ese milagro lo ha obrado el que nos busca y nos salva, el que viene a nuestro encuentro.
Qué actitud tan hermosa y valiosa la de Zaqueo, que, conociendo sus pecados, acepta al Señor y atiende rápidamente a su petición de hospedaje. Todos los discípulos-misioneros podemos imitar esta actitud de prontitud ante los reclamos del Señor y la prontitud alegre también de la Madre de Dios, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días. Zaqueo no podía seguir siendo el mismo después de conocer personalmente a Cristo. Decide restituir a toda persona que haya engañado. Y Cristo, que conoce el corazón de cada hombre, le da la buena noticia: «Hoy la salvación ha entrado a su casa» (Lc 19,9). Este, que es un día para dar gracias a Dios, y también para meditar en nuestras opciones fundamentales pensando en la elección que Dios hace de María, de Zaqueo y de cada uno de nosotros, nos hace también bendecirle al contemplar la opción radical, total y continua de María por una parte y la conversión de Zaqueo por otra. Porque en quien se llena de Dios, los actos no son puntos aislados, momentos incomunicados, sino actitudes, hábitos, vida diaria que re-estrena la consagración a Él cada día. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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