Hoy empieza el «maratón» de ventas más importante del año en los comercios de México, el llamado «Buen Fin», una estrategia sensacional de un sistema económico que, si lo analizamos a detalle, es una maniobra un tanto inhumana e injusta, que atrapa bastantes vidas para cautivarlas al lucro, desangrando bolsillos y plásticos de cuanto banco y tienda departamental podamos imaginar, robando a muchas almas la capacidad de vivir dignamente una vida sencilla y gozosa con sentido en el «SER» y no en el «TENER». Hay gente que el año pasado compró en el «Buen Fin» armatostes, cachivaches y ajuares –casi todos innecesarios, aunque hay gente que sabe comprar bastante bien– a crédito por 18 meses; de tal manera que ahora que vuelvan a comprar, seguirán pagando lo del año pasado más lo de éste... porque el crédito se les empalmó. Pero, en fin, es la sociedad consumista en la que estamos inmersos y que a todos o casi a todos atrapa. Me parece muy ilustrativa la primera lectura de hoy, tomada, como en todos estos días, del libro de la Sabiduría (Sab 13,1-9), especialmente la parte que dice: «Si fascinados por la belleza de las cosas, pensaron que éstos eran dioses, sepan cuánto las aventaja el Señor de todas ellas».
Por su parte Jesús nos sigue hablando en el Evangelio sobre la llegada del fin de los tiempos y continúa dándonos pistas para preparar la venida del Reino (Lc 17,26-37). Ciertamente el tiempo de Dios no es como nuestro tiempo. Como en los días de Noé y de Lot, nosotros podemos vivir rutinariamente. Comer, beber, plantar, construir… ¡comprar! Caemos en la rutina, y nada más, incluso en el «Buen Fin», pues es cada año y hay que volver a comprar, aunque sea jazmines para el alma. No pierdan tiempo, no miren atrás, nos dice Jesús (Lc 17,31-32). Muchos tenemos la experiencia de que, dando, se recibe, pero hoy parece ser que todo se quiere comprar. La mecánica que sigue Jesús es al revés de la del mundo del comercio... Hay que dar la vida «gratis» para ganar el Reino, que ese sí que será un «Buen Fin». Por eso el Señor nos recuerda que debemos estar vigilantes. Como decían las abuelas de antes: ¡Dios nos agarre confesados! Y la única forma –lo sabemos– es vivir como Dios manda, teniendo a Jesús como centro de nuestras vidas.
Lo que da seguridad a nuestras vidas no es el cúmulo de artilugios, bártulos y parafernalias que el mundo nos hace necesitar. Lo que da seguridad, no es tampoco saber la hora del fin del mundo y no querer hacer nada por transformar nuestra sociedad; sino la certeza de la presencia de la Palabra de Jesús que ilumina nuestras vidas y les da sentido. «El mundo pasará, pero la Palabra de Dios no pasará jamás» (Cf. Is 40,7-8). La rutina puede envolvernos de tal forma que no conseguimos pensar en otra cosa, en nada más que consumir. Y el consumismo contribuye a aumentar en muchos de nosotros esta total desatención a la dimensión más profunda de la vida. Dejamos entrar la polilla en la viga de la fe que sustenta el tejado de nuestra existencia. Cuando llegue un temblor y derribe el techo, muchos le echarán la culpa a la compañía que construyó diciendo: «¡Qué mal servicio!» fue por comprar la casa en el «Buen Fin»... cuando en realidad, la causa de la caída fue nuestra prolongada desatención. La alusión a la destrucción de Sodoma como figura de lo que va a suceder al final de los tiempos, es una alusión a la destrucción de Jerusalén de parte de los romanos en el año 70 dC (cf Mc 13,14) y también a la destrucción de nuestras vidas si no cimentamos nuestras vidas en el «SER» y nos quedamos solamente con el «TENER» como decía la beata María Inés. Yo creo que José y María compraban, no sé si habría allá un «Buen Fin» en los comercios de Nazareth; pero lo que sí sé, es que, con la mirada en el cielo y los pies bien puestos en la tierra, María velaría de tener lo necesario y lo que valiera la pena para la casa y José para la carpintería... ¡Qué tengan un «Buen Fin».
Padre Alfredo.
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