Nuevamente me parece que la semana ha pasado volando... ¡ya es viernes! y yo me preparo para un fin de semana maravilloso, porque sé que Dios es siempre sorprendente y se hace encontradizo de mil maneras. El evangelio de este día es también sorprendente, como Él; nos presenta «La parábola del administrador deshonesto», que trata de la administración de los bienes y que está sólo en el evangelio de Lucas (Lc 16,1-8). Es una parábola desconcertante. Lucas dice que «El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad» (Lc 16,8)... y según se ve, el amo es Jesús mismo. Pero, ¿cómo es que puede elogiar a un empleado corrupto? El ejemplo, sacado del mundo del comercio y del trabajo, habla por sí solo. Alude a la corrupción que existía —y existe hasta el día de hoy—. El amo descubrió aquello y decidió despedir al hombre deshonesto. Éste, de repente, sumergido en un estado de emergencia, busca una salida para sobrevivir. El administrador tendrá que decidir y encontrar una salida.
La palabra Señor —como digo— se refiere a Jesús y no al amo, al hombre rico. Éste, definitivamente, jamás hubiera alabado a un empleado deshonesto en el servicio y que ahora roba más de 50 barriles de aceite y 20 sacos de trigo. ¡En la parábola quién alaba es Jesús! Y Jesús no alaba el robo, sino el espíritu de lucha del administrador ante la urgencia. El hombre sabe calcular bien las cosas y busca rápido una salida, cuando inesperadamente se ve sin trabajo. Así, como los hijos de este mundo saben ser expertos en sus cosas, así los hijos de la luz deben aprender de ellos a ser expertos en la solución de sus problemas, usando los criterios del Reino y no los criterios de este mundo. «Sean astutos como las serpientes y sencillos como las palomas» (Mt 10,16). Conociendo un poco las costumbres económicas del tiempo de Cristo, se nos aclara el tema. El administrador o testaferro, no recibía un sueldo determinado y por lo tanto tenía derecho a imponer libremente una comisión en todo aquello que cobraba y de eso vivía —como muchos de hoy que trabajan a comisión—. El «personaje» del Evangelio está renunciando a su comisión, a aquello a lo que tiene derecho para hacer amigos. Aunque pueda ser una amistad interesada, esto no es lo que alaba Jesús, sino su astucia, que, en nosotros, debe ser sagacidad.
Jesús nos invita y nos exhorta a ser sagaces. Esta cualidad debe ser expresión de la caridad cristiana. La astucia, relacionada siempre con el maligno, significa fingir, mentir, engañar; en cambio la virtud de la «sagacidad» consiste en la habilidad para encontrar los medios justos y más eficaces para alcanzar un objetivo, como puede ser vivir nuestra fe y el amor a Dios y a los hermanos. En nuestro mundo, llama la atención ver cómo algunos católicos son muy capaces de obtener lo que se proponen en el ámbito del trabajo, de la familia o con las amistades. Pero, en cambio, se comportan con temor y se sienten impotentes a la hora de hablar de Jesucristo y de su doctrina, o de hacer algo por la construcción de la civilización del amor. Ayer me encontré una oración con la que, bajo el amparo de María, que supo ser sagaz velando por los necesitados como en Caná (Jn 2,1-11), quisiera terminar esta reflexión del día de hoy. Les invito a orar: «Señor, te pido que, ante mis errores, faltas, ausencias y debilidades, me ayudes a reconocerlas con la bondad y amor desde mi corazón, que asuma la responsabilidad para corregir y volver a la paz que me conduce hacia ti, ayúdame a tener el coraje y buena voluntad para así lograrlo en tu nombre. Y también te pido que me guíes en todo lo que me has proveído, que lo administre bien para mi beneficio, el de quieres me rodean y lo más importante, para tu Reino. Amén. ¡Un viernes y fin de semana lleno de bendiciones para todos!
Padre Alfredo.
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