sábado, 4 de noviembre de 2017

«EL NUMBER ONE»... Un pequeño pensamiento para hoy


El afán de ocupar los primeros lugares y sobresalir no es, en definitiva, una enfermedad de nuestro tiempo, lo ha sido desde siempre, desde que el ser humano, tentado por el enemigo en Eva, se dejó seducir y convencido, creyó que podía ser más que Dios. Caín luchaba y se enfurecía por no ser el «number one». Es la ceguera del corazón herido por el pecado que desvirtúa el camino de la realización humana. La construcción de la historia personal y comunitaria del hombre, está marcada siempre por esa ansia de ser importante, de ocupar los primeros lugares, de pensar que la realización está ahí, en el reconocimiento de hacer lo que se es y lo que se hace ante las cámaras publicitarias. Esta búsqueda del ser humano, cegado por el egoísmo, no empate con el proyecto de realización que Dios ha trazado para sus hijos. Jesús, en una comida más de las que san Lucas nos habla (Lc 14,7-11), trata de abrir el corazón de los fariseos que, ofuscados por la fama que le daba su saber y su dinero, buscaban mantener un «estatus» de apariencia que, sostenido en lo externo, cerraba el corazón a amar al estilo.

¡Qué lejos está el mundo del glamour y del lucimiento de primera fila del plan de salvación! El camino que Jesús nos muestra no es el que traza el mundo. Al cielo no se entra por ser el «number one» mas que en la humildad, en el servicio, en la solidaridad, en la generosidad, en fin... ¡en la santidad! Vivir para servir generosa y solidariamente en la humildad, es sin duda el camino de la santidad, porque eso es saber peregrinar en este mundo amando, recordando que, al atardecer de nuestras vidas, como dice san Juan de la Cruz, seremos examinados en el amor. Ese es el sentido más original y profundo de nuestro ser y quehacer en esta tierra y nuestra ocupación perpetua aún en el cielo. Si no amamos o no nos dejamos amar, nuestra definición como hijos de Dios y como discípulos-misioneros de Cristo, no queda clara. Como dicen Umberto Eco y Carlo María Martini: «Nosotros —así como no logramos vivir sin comer o sin dormir— no logramos entender quiénes somos sin la mirada y la respuesta del otro» (Eco/Martini, “¿En qué creen los que no creen?”, Ed. Taurus, México 1997, p. 107).

Así, no es el que ocupar los primeros lugares lo que nos hace importantes ante Dios y ante los hombres, sino el «amar». Jesús oró a su Padre en la soledad, por amor (Lc 5,16), enseñó a las multitudes por amor (Lc  9,11), acompañó a sus discípulos por amor (Mc 6,31), murió en la cruz por amor (Mc 15,37), resucitó por amor (1 Cor 15,4), y se quedó en la Eucaristía por amor (1 Co 11,23-26)... ¡Eso es lo más importante! ¡Eso es lo que otorga el primer lugar! María, la Madre de Dios y Madre nuestra nos puede enseñar esta ciencia del amor al estilo de Jesús.  Contagiada por el «Amor de los amores», ama siempre con humildad. Por amor ella dijo «sí» a la invitación del ángel (Lc 1, 26-38), por amor acompañó a José a Belén (Lc 2,1-4), por amor aceptó la pobreza del pesebre para dar a luz al Salvador del mundo (Lc 2,5-7), por amor se encaminó presurosa a las montañas de Judea a auxiliar a Isabel (Lc 1,39-56), por amor urgió a Jesús en las bodas de Caná (Jn 2,1-11), por amor lo acompañó hasta muerte en la cruz y recibió en Juan a cada uno de nosotros como hijos (Jn 19,26), por amor recibió la efusión del Espíritu en Pentecostés (Hch 2,1-13). Hoy es sábado y este día de la semana está siempre dedicado, de una manera especial, a María. ¿Qué tal si le pedimos que nos enseñe a ocupar el primer lugar amando? No olvidemos, pues, que la santidad es a la vez don, tarea y conquista. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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