En el mundo globalizado en el que vivimos, inundado de sistemas de redes sociales de todo tipo, es casi imprescindible, para mucha gente, dimensionar su propia autoestima por el número de «me gusta» que puedan acumular; pero hoy Jesús nos deja un pasaje bíblico que nos sugiere que no hay que confundir la popularidad con la felicidad y la realización, y que hay que mantener nuestros ojos en lo que tiene verdadero valor, un valor real. Jesús no promete que la vida será famosa para sus discípulos por los «likes» que logren alcanzar (Lucas 21,12-19). Lo que sí promete es que nos dará las palabras y la sabiduría necesarias para afianzarnos en nuestro amor y fidelidad a Él y a su Buena Nueva. Los primeros cristianos aprendieron rápidamente a vivir su fe en medio de la contestación que los líderes políticos y religiosos le hacían a su proclamación, a su vida nueva, a sus reuniones, a sus trabajos en beneficio de los demás. Esto no les traía muchos «me gusta», ellos sabían que así lo había vivido el Maestro, y así tenía que vivir el grupo apostólico y las comunidades nacientes, frente a los mecanismos de poder de aquellos tiempos, empeñados ya —desde que san Lucas escribe inspirado por Dios— en acabar con este nuevo estilo de vida, que no convenía a sus intereses y al que había que darle un: «no me gusta» rotundo.
El discípulo-misionero de hoy debe aprender que el tiempo que va desde la primera venida de Jesús hasta el día final de su venida —en medio de los períodos difíciles de la historia— es el espacio para vivir en fidelidad a Jesús, dando testimonio de la opción radical por él, pues «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). El mismo término que el Evangelio aplica a la pasión del Señor, se aplica también a los cristianos: «serán entregados». Cada discípulo-misionero, debe sentirse siempre seguro en los brazos amorosos y providentes del Padre Misericordioso, sin sustos que paralizan de vez en vez, o de terremoto en terremoto y convencido de que, como decía Madre Inés, «no somos monedita de oro» y no a todos gustará nuestro modo de ser y nuestra manera de actuar. El discípulo-misionero, en algunos ambientes, no es, necesariamente el que mejor cae, el más innocuo, el que tiene más «me gusta», el que condesciende con todo y con todos. No es el tonto, el que con su cara de buena gente todo lo pasa, todo lo tolera. El discípulo misionero de hoy y de siempre ha de ser como la sal, que da sabor, que permite contrastar. Yo no siento que el Evangelio de hoy me asuste, sino que viene a iluminar para que, la Buena Nueva, vivida y proclamada por nosotros, brille e ilumine alrededor.
Ciertamente no todo el mundo está dispuesto a aceptar la luz y la verdad en un mundo en donde el relativismo es el rey. Es más, al mundo —ya lo sabemos— no le gusta la luz, ni la verdad…le incomoda, porque inmediatamente salen a relucir sus «congojas». Recordemos que este mundo tiene un príncipe, el de las tinieblas. Aquél que pretende hacernos creer que todo es posible, mientras los demás no te vean, mientras los demás no se enteren, mientras los demás no se quejen. Aquel rey del cinismo y la mentira, que pretende hacernos consentir que todo es cuestión de postura, de fachada, de apariencias, porque todo es relativo, no descansa y busca ocupar corazones temerosos, deprimidos, olvidados. El que quiera seguir a Cristo no debe bajar los brazos, sino, en nombre del Señor Jesús, resistir, perseverar, renovar el compromiso de seguimiento fiel a la voz del Maestro como María, porque toda comunidad sabe por ella misma, que la defensa oportuna, los argumentos aclaratorios y denunciantes —pidiendo la asistencia de María Santísima, Auxilio de los cristianos— siempre vendrán no de nuestros talentos sino de la fuerza del Espíritu que no nos deja hundirnos en nuestra patente debilidad. Por eso la Virgen dice: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lc 1,49). ¡Bendecido miércoles y me encomiendo a sus oraciones!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario