Estamos en la última semana del tiempo litúrgico en la Iglesia. El domingo entrante será el primer domingo de adviento y empezará con eso un nuevo ciclo. El Evangelio de san Lucas nos sigue llevando a pensar en los valores del reino y en concreto hoy, el Señor exalta a una viuda que, sabiendo que no tiene casi nada que dar, comparte mucho más que algunos de los ricos de aquellos tiempos (Lc 21,1-4). ¡Cuánto nos enseña tanta gente pobre que, como aquella sencilla mujer, parece no tener nada y lo tiene todo y todo para dar! Nunca olvidaré aquella misión pobrísima en uno de los lugares más olvidados de nuestro México, cuando una viejecita nos invitó a tomar «café», así llamó ella a una bebida hecha con tortillas de maíz quemadas en las brasas y luego machacadas en una especie de metate todo chueco, disueltas luego en agua hervida con azúcar en la humilde cocina de su choza. Ese delicioso «café» fue aderezado con una plática que fue toda una catequesis de esas que atrapan. Vivimos inmersos en un mundo así, un poco raro. Por un lado tenemos poca gente rica, muy rica, a quienes parece nada faltarles, pero que no quieren y no saben compartir. Por el otro, infinidad de gente pobre que no tiene casi nada, pero que quiere compartir lo que tiene, como aquella otra viejecita que llegó descalza a dar su donativo los días posteriores al terremoto que sufrimos hace poco en esta jungla de cemento en la que vivo desde hace un año.
Los pobres no sólo son personas a las que les podemos dar algo. También ellos tienen algo que ofrecernos, que enseñarnos. ¡Tenemos tanto que aprender de la sabiduría de los pobres! El texto de hoy nos enseña la actitud de dar, de pensar en el otro, no importando cuanto, sino dando desde el corazón. ¡Es lo que esa viuda nos enseña! Cuando damos algo, tal vez en algún servicio voluntario, una caridad a alguien que sabemos que tiene mucho menos que nosotros, u otra cosa que tal vez no implica algo económico, hemos de darlo con corazón de pobre y sin esperar recompensa; porque bien sabemos que todo lo que tenemos —aunque sea por el esfuerzo de nuestro trabajo— viene de Dios y es bendecido por Él. La viuda no fue al Templo a invertir, sino a dar. Cristo no se ha quedado indiferente ante tan grandioso gesto y quiere que aprendamos de esa mujer lo que es creer de veras en Dios: Dar de corazón. Dar —como decía santa Teresa de Calcuta— ¡hasta que duela! Y gracias a Dios hay tanta gente —ricos y pobres— que lo dan todo en nuestro mundo globalizado a pesar de que el materialismo galopante lo opaque y no deje verlo. Y tal vez sea mejor permanezca en lo oculto sin que sea por exhibicionismo.
¿Qué sería de nuestras misiones si no hubiera gente generosa que da a lo grande, sea poco o mucho?, ¿cómo sostendríamos muchas de nuestras obras si no fuera por esa gente que mira con la mirada de Cristo y obra con la generosidad de esa viuda? Porque la cosa, insisto, no es si se tiene poco o mucho; sino si se da poco o mucho. La frase «todo lo que tenía para vivir» (Lc 21,4), que Jesús emplea al hablar de la viuda, muestra que esa mujer entregó aquello de lo cual pendía su existencia. Así, me vienen unas preguntas para meditar: ¿Lo que doy —tiempo, dinero, servicio voluntario—, lo doy desde mi corazón, es decir sin ningún interés y con buena voluntad?, ¿Soy capaz de dar lo que esté a mi alcance al indigente, a mis hermanos, a mis semejantes, a mí comunidad eclesial? Y por último, pienso en María, la Madre de Dios, que en un «sí» ininterrumpido a la voluntad de Dios, dio todo lo suyo y entonces entiendo más de qué se trata todo esto para entrar al Reino de Dios. ¡Bendecida semana para todos!
Padre Alfredo.
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