
Si el discípulo-misionero se hace solamente «observante de los deberes religiosos» alegando, como los fariseos, que es «piadoso», pero cumple sin una vida interior de calidad, su relación con Dios se debilita, porque su vida ordinaria se vacía de amor a Dios y a los hermanos. Devolviendo la salud al enfermo de hidropesía, Jesús nos invita a vivir en favor de los que sufren y de los que son poco valorados y apreciados. Nos invita claramente a «bajar» del pedestal que ocupamos como sacerdotes, como consagrados, como ministros extraordinarios de la comunión, como coordinadores o miembros de grupos diversos que nos hacen estar «más cercanos a Él» para vivir como Él y en Él en la humildad y en la valentía de la bondad. Así mismo nos invita a aceptar y ofrecer a Dios el rechazo de los demás, actuando, a pesar de ello, con misericordia. Él nos enseña que para no caer en la falsedad de los fariseos, es absolutamente necesario que vivamos en el amor y hagamos que ese amor se pueda difundir por todas las partes del mundo. En el centro de la vida de Cristo late la preocupación por cada hombre concreto, por cada situación concreta que enferma o mata al hombre en su exterior o interior y hay que cambiar.
San Martín de Porres, el santo al que celebramos hoy, nos puede enseñar bastante de esta materia con su propia vida. Martín se aferró a Jesús Eucaristía con gran devoción y se entregó, al mismo tiempo, a socorrer a los enfermos y necesitados. Siempre alegre, no podía disimular su gozo, le brotaba en todo cuanto decía o hacía, porque conocía a Dios a la luz del mismo Dios y lo transmitía, como a él se le entregaba…A Martín lo buscaban porque era el santo que acercaba a Dios a los hombres y a los hombres a Dios. Era consciente de que Jesús, su Señor, caminaba con él. Él tenía, así, un gran motivo para vivir alegre. Vivía como la Virgen, «alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc. 1,28). Uno vive en la medida que ama y según la calidad de su amor. El amor se desarrolla al darle gloria a alabanza a nuestro Dios y hacer felices a los demás, proyectándoles nuestra fe. Hagámonos también otros Cristos, como san Martín de Porres, adorando a Jesús Eucaristía y aliviando las necesidades de los demás con generosidad. No olvidemos que el verdadero mal es el pecado. Aprendamos, con la gracia de Cristo, a combatir y a vencerlo dentro de nosotros mismos y en relación con los otros. San Martín de Porres, si se lo pedimos, nos ayudará. ¡Es viernes y los discípulos-misioneros de Cristo lo sabemos!
Padre Alfredo.
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