jueves, 17 de julio de 2025

«Mansos y humildes de corazón»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Hay una frase muy mexicana que se usa para describir algo pequeño pero con gran intensidad o impacto, similar a la idea de que los chiles más pequeños, en la cocina, suelen ser los más picantes. Dice así: «¡chiquito, pero picoso!» Y es que el Evangelio de hoy es así, un pequeño fragmento (Mt 11,28-30) de solo tres versículos pero con un gran contenido. Yo quiero detenerme, para esta reflexión en esta frase: «Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio». Después de que en los versículos anteriores de este capítulo 11, Jesús se ha manifestado dolido por la falta de acogida y de reconocimiento de su mensaje y tras una especie de desahogo, «estalla», por así decir, en una acción de gracias incontenible, porque el Padre ha querido revelar «estas cosas» a los pequeños y no a los sabios y poderosos. Esos pequeños, que sin saber nada, son capaces de intuir y acoger la maravilla de Dios en la presencia y los gestos de Jesús son dignos de escuchar esta invitación: «¡Vengan a mí!»

 

En toda vida humana se hacen presentes la carga y el agobio, pero sin duda estos eran más hondos en los pobres y sencillos que escuchaban y acogían a Jesús; porque ciertamente una persona que tenga acceso a más y más recursos, ciertamente experimentará agobios, pero no de gran calibre. La vida de los pobres en tiempos de Cristo, como en los de ahora, es, como sabemos, particularmente difícil, y a la situación de pobreza hay que unir la «carga», que, en tiempos de Cristo, suponía el cumplimiento de una ley llena de preceptos que ni siquiera se llegaban a conocer totalmente y que a esos pobres les convertía en «pecadores». Para ellos, y para cada uno de nosotros, Jesús viene a comunicarnos que su carga y su yugo son ligeros, porque no suponen dominio, ni poder, ni opresión, ni exigencia, sino la oferta de una visión y valoración de la vida que encuentra su sentido en un Dios que nos ama y que nos llama al amor invitándonos a tener un corazón como el suyo, manso y humilde.

 

En la actualidad, aquí en Los Ángeles, en California, donde me encuentro desde ayer, así como en todo el mundo, se vive una ceguera hacia todo; se ha normalizado la violencia, los conflictos entre naciones, la explotación de los pobres, el abuso de los niños, el descarte de los ancianos... una vida visceral en donde existe cierta ceguera ante el dolor de personas cercanas —vecinos, familiares, amigos— para mantenerse al margen y no involucrarse, no comprometerse, no detenerse en el camino. El panorama no se torna fácil, sin embargo si intentáramos pensar en cómo sería la respuesta de Jesús ante este día a día, la respuesta es sencilla: El Señor siempre ha estado presente. Su invitación: «¡Vengan a mí!», nos manifiesta que no podemos dudar de su presencia en todo momento y que esa invitación no es algo que se haya quedado en el papel. Hay que agudizar nuestros sentidos para saber que está aquí conmigo, ya sea en la oración, en un saludo, en una llamada de un amigo o a través de alguna persona que se acerque a nosotros alertándonos para que dejemos de hacer todo contra reloj, tomarnos tiempo para darnos cuenta de que él está y dejar de estar ciegos. Que María, nuestra Señora de la Luz abra nuestros ojos de la fe para que veamos que solamente yendo al corazón manso y humilde de Jesús, dejaremos de estar ciegos. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

 

Padre Alfredo.

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