El texto narra que se apareció «un hombre» para pelear con él (v. 24). Jacob únicamente pudo percibir una presencia masculina que se abalanzó sobre él. Él se había quedado solo, en la noche oscura, lo que provocó el encuentro con ese ser misterioso por medio de lo único que Jacob sabe hacer: luchar, como hizo con todos los hombres con quienes ha peleado y a quienes ha engañado: Esaú, Isaac y Labán. En esta noche su naturaleza se aferra, lucha, exige, pregunta por el nombre de su contrincante. Pero es noche del alma y no hay respuesta a su pregunta, está por nacer el hombre nuevo transformado por la superación de las experiencias de enfrentamiento y frustraciones que dará paso a la experiencia auténtica de paternidad. Fue una larga lucha que se prolongó durante toda la noche hasta que fue vencido quedando herido en fémur para siempre. En medio de la oscuridad Jacob vio el rostro de Dios que le sorprendió y le reveló un nuevo nombre, «Israel», el que lucha con Dios (Gn 32.24).
Jacob tuvo la experiencia de los místicos que reconocen que nada se parece más a Dios que la oscuridad. Muchos de ellos hablan, como santa Teresa y san Juan de la Cruz de la «noche oscura». El que luchó con Dios y le arrancó su bendición regresa ahora a las luchas de la vida con otra perspectiva. Jacob, ahora Israel, debe aceptar las sorpresas de Dios. La reconciliación con su hermano desciende gratuitamente como una bendición. Por eso hemos de estar abiertos siempre a la sorpresa de Dios. La historia de la salvación nos muestra que Dios está lleno de sorpresas. Desde niños gustamos de las sorpresas, ¡que no son lo mismo que los sustos!, Sin embargo, si hablamos de las sorpresas al niño dentro de nosotros, como adultos nos podemos topar con la pregunta clave de la fe: ¿Cómo manejamos las sorpresas de Dios? ¿Cómo responder de la mejor manera a las sorpresas que Dios nos presenta en nuestras vidas? Que María, que se dejó sorprender por el anuncio el ángel, nos ayude. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario