
Celebramos hoy a la Virgen del Monte Carmelo, en donde estuve en el 2018, en aquellos años de paz en donde se podía viajar con confianza al medio oriente. Curiosamente n la primera lectura de la Misa, tomada del Libro del Éxodo (Ex 3,1-6.9-12) nos topamos con otro monte sagrado: el Monte Horeb —la montaña de Dios—. Allí tuvo lugar el encuentro de Moisés con Dios que se nos relata en el episodio de la «zarza ardiente». Una maravillosa visión de la divinidad que hizo saber al profeta que había entrado en terreno sagrado... ¡como cuando oramos! La oración nos vacía, nos descalza, nos sitúa en el espacio sagrado de nuestra interioridad en la que se manifiesta una fuerza desconocida, un fuego no destructivo que supera nuestra razón. Es el fuego del Espíritu Santo que nos envía hasta donde nuestro juicio no hubiese imaginado ni nuestra voluntad consentido.
El evangelio de san Mateo nos invita hoy a recuperar la infancia espiritual para comunicarnos con el Señor, por eso nos recuerda que él se revela «a los pequeños». Jesús da gracias al Padre por el conocimiento que ha entregado a los más pequeños. Y es que ciertamente hay enigmas que ni el mejor grupo de investigadores del mundo nunca llegará siquiera a detectar. De hecho yo creo que ni Marilyn Vos Savant, la autora estadounidense que ostenta el coeficiente intelectual más alto en el mundo con una puntuación de 228 podrá resolver muchos de estos enigmas. Sin embargo, hay Uno ante el cual «nada hay oculto (...); nada ha sucedido «en secreto» (Mc 4,22). Éste es el que se da a sí mismo el nombre de “Hijo del hombre, pues afirma de sí mismo: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11,27).
Creo que ya he compartido con ustedes, mis queridos lectores, un proverbio árabe que dice: «Si en una noche negra una hormiga negra sube por una negra pared, Dios la está viendo». Es que para Dios no hay secretos ni misterios y el Padre Misericordioso le ha revelado a su Hijo Jesucristo todo lo que necesitamos para avanzar en el proceso de nuestra conversión y santificación. Hay misterios para nosotros, pero no para Dios, ante el cual el pasado, el presente y el futuro están abiertos y escudriñados hasta la última coma. Oremos con la sencillez de un niño, para que la Madre del Monte Carmelo interceda por nosotros, para que podamos vivir, como antes se solía decir: «Con santa ligereza». ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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