jueves, 10 de julio de 2025

«Portadores de paz llenos de esperanza»... Un pequeño pensamiento para hoy

La resurrección de Jesús nos invita a ser portadores de paz | Suyapa Medios 

Para todo miembro de la Familia Inesiana es una bendición estar en la «Casa Madre», este bendito lugar del que despegó la obra misionera de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Vengo aquí a este santo lugar en Cuernavaca desde hace muchos años. Mi primera visita fue todavía en vida de la beata en 1978 y, aunque ella no vivía aquí desde diez años atrás, cada rincón de la casa, como hasta ahora, hablaba de su sí al Señor. Con el paso de los años —y de los temblores— los espacios han cambiado. De hecho el edificio en el que pasé muchos veranos siendo seminarista y que albergó un tiempo al seminario de esta diócesis, ya no existe. Hay uno nuevo que lo sustituye desde el terrible sismo del 2017. El caso es que aquí me encuentro compartiendo unos días de ejercicios espirituales para un grupito de nuestras hermanas Misioneras Clarisas que se han convertido desde el domingo en la noche en «mártires de la escucha» y junto con ellas hemos reflexionado en el tema central de este Año Santo, de Jubileo que cada 25 años celebra en la Iglesia la redención de Cristo: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5).

Entre otras cosas, en nuestras meditaciones, hemos reflexionado en la importancia de ser testigos y proclamar con esperanza el Reino de Dios en los lugares donde estamos, en las circunstancias concretas de mi propio cotidiano, a pesar de vivir en un mundo que parece haber olvidado a Dios. Haciendo conciencia de que la misión es de Dios y nosotros somos sus colaboradores, no podemos perder la esperanza al evangelizar, porque, aunque haya algunos que no quieran recibir la Buena Nueva, como sucede en el pasaje del Evangelio de hoy (Mt 10,7-15) sabemos que toda persona guarda en el fondo de su corazón la imagen de un bien futuro que pone en marcha sus mejores capacidades. Y toda persona, consciente o inconscientemente, trata de buscar un fundamento para apoyar sus esperanzas. La misma vida nos enseña que es imposible caminar sin esperanza.

En un mundo tan dividido como el de hoy, donde la guerra, los conflictos y las múltiples heridas de relaciones malsanas fragilizan la vida y las personas, Jesús nos muestra el camino, siempre ofreciendo la paz. Una paz que, como hemos reflexionado las hermanas y yo, primero tiene que habitar en nosotros para que realmente se pueda ofrecer gratuitamente a quien la quiera recibir, aunque claro, nuestra esperanza es que todos la quieran recibir: «Que todos te conozcan y te amen», anhelaba la beata María Inés. La historia de José, que en parte se narra hoy en la primera lectura de la Misa (Gn 44,18-21.23b-29;45,1-5), nos muestra que si somos capaces de reconocer, y ayudar a reconocer, cómo Dios camina con nosotros, la reconciliación y sanación del corazón es posible y la esperanza de restablecer la fraternidad se hace realidad. No todo en este mundo está perdido, la batalla sigue y Nuestra Señora de la Esperanza nos acompaña y nos sostiene para amar más a su Hijo Jesús y esparcir su paz.

Padre Alfredo.

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