La primera lectura de la Misa de hoy, tomada del libro del Éxodo (Ex 34,29-35) nos muestra a Moisés que habla cara a cara con Dios, recibe sus mensajes y los transmite al pueblo. Parece evidente que el pueblo, que previamente había sido encandilado por la escena del becerro de oro, no tiene la suficiente capacidad para hablar directamente con Dios y esa es también nuestra realidad, que no por el becerro de oro, sino por otras cosas de la mundanidad, hemos sido hechizados y hemos quedado medio mudos para hablar con el Señor. Tenemos que hacer conciencia de que solamente por Cristo, con Él y en Él es como podemos entrar en comunicación con Dios. Cristo, al hacerse hombre, ha establecido el puente que nos permite hablar familiarmente con el Padre misericordioso que el mismo Jesús nos mostró y nos enseñó a quererle.
Este pasaje bíblico que nos ayuda a nuestra reflexión, narra que Aarón y todos los hijos de Israel, al encontrarse con Moisés que regresaba del encuentro con el Señor, lo vieron con la piel de la cara radiante, y no se atrevieron a acercarse a él. Los escritos de místicos como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz enfatizan el amor ardiente y apasionado, similar al eros, que Dios tiene por el hombre. Me viene a la mente que, cuando Santa Teresita del Niño Jesús describe su encuentro con Jesús en la Adoración Eucarística, utiliza una analogía solar, hablando de los «rayos de la Hostia Divina». El efecto de esos rayos le hace exclamar: «¡Oh Jesús! en este día, has cumplido todos mis deseos. A partir de ahora, cerca de la Eucaristía, podré sacrificarme en silencio, esperar el Cielo en paz. Manteniéndome abierta a los rayos de la Hostia Divina, en este horno de amor, seré consumida, y como un serafín, Señor, te amaré». Pidamos a María Santísima, a quien cariñosamente le damos el título de «Nuestra Señora de la Luz», que nos ayude a dejarnos alumbrar por el Señor para hablar con él de corazón a corazón. ¡Bendecido miércoles, ombligo de la semana!
Padre Alfredo.
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