jueves, 31 de julio de 2025

«Somos pequeños pececillos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

El Evangelio de hoy (Mt 13,49-53) me trae hermosos recuerdos de Lungi —Lungui en español—, la hermosa ciudad costera del distrito de Port Loko en donde está el aeropuerto internacional de Sierra Leona y en donde, frente a una atractiva palaya, nuestras hermanas Misioneras Clarisas tienen el noviciado de esa encantadora nación africana. Las veces que he estado allí —conociendo que soy un pájaro madrugador— me he acercado tempranito a la orilla del mar a donde llegan los pescadores. Allí arriban las barcas con lo obtenido durante la noche para vaciar las redes y separar los peces buenos de los malos, como nos recuerda el relato evangélico. A veces, entre los peces gordos, se vienen pequeños peces que aún con vida, son devueltos al mar por las manos generosas y encallecidas de aquellos pescadores que así se ganan el pan de cada día. Luego se acercan allí mismo los compradores y en cuestión de poco tiempo, las barcas quedan estacionadas a la orilla del mar.

El célebre compositor, Pablo Casals (1876-1973) uno de los músicos más influyentes del siglo XX, casi al final de su longeva vida, al preguntarle qué ha sido la música para él en su vida, respondió: «la música ha sido para mí como un mar en el que nadé como un pequeño pez», expresando así la profundidad e inmensidad de la música en su vida. Y hago referencia a este hombre sensacional debido a que desde temprano, pensé en la figura de «un pez pequeño» en la inmensidad del mar de la misericordia de Dios. Yo creo que yo soy como uno de esos peces pequeños que al haber sido pescados, son regresados al mar porque les falta crecer... Muchos saben que yo nací enfermo, con una serie de complicaciones que en la carrocería no se ven pero se llevan en el motor y me han hecho llegar a la orilla en tres ocasiones por diversos padecimientos: 1994, 2016 y 2019. ¡Qué bueno ha sido el Señor para regresarme y darme una y otra y otra oportunidad antes de echarme a la basura! Porque su tarea, encomendada a los ángeles, de separar a los buenos de los malos, no se ha realizado aún en mí, y espero, con tanto retorno al agua viva, que llegue al cielo como un pez bueno.

De alguna manera pienso que la mayoría de nosotros somos «peces pequeños». Nuestra existencia se desarrolla entre grandes logros y fallas tremendas. Vamos navegando en espera de la red que con capture y nos haga llegar al cielo. No hay que perder la esperanza ni las oportunidades para acercarnos a donde está la red y alcanzar nuestra Salvación, porque somos peces necesitados de la misericordia divina. Es este mismo mar de la misericordia donde encontramos el alimento para sobrevivir y dar el kilo para ser dignos de dejar la red e ir a la eternidad: Palabra y Eucaristía, las dos mesas de las que habla el Concilio. Así nadamos esperando a que nos seleccione para una vida eterna. Somos convocados por Dios para ser peces que reflejen el encuentro con el Señor y sean, además, alimento para los demás. Existe un tiempo para sumergirnos en el agua —el bautismo— hasta que llegue nuevamente la oportunidad de caer en la red del Divino Pescador y ser alimento de vida para los demás. Que San Ignacio de Loyola —ese robusto pez a quien celebramos hoy— y María Santísima, la Estrella de los Mares, nos acompañen. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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