sábado, 12 de julio de 2025

«¡No tengamos miedo!»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Con la Misa de hoy terminaremos estos días de ejercicios espirituales en torno a la esperanza. En cada Celebración Eucarística, no solamente en la de hoy sino siempre, hay un espacio especial para la esperanza que está en el Prefacio: El sacerdote que preside la celebración dice: «Levantemos el corazón» y nosotros respondemos exclamando: «Lo tenemos levantado hacia el Señor». Para muchos esta respuesta es más ritual que existencial. Creo que en esta semana, cada día de una manera especial, este momento de encuentro íntimo con Dios ha hecho mella en nuestro interior, nuestros corazones se han levantado hacia el Señor esperando su misericordia.  Estos días, llenos de esperanza, hemos hecho conciencia de que, sin esperanza, no podemos subir hacia lo invisible, hacia la realidad verdadera. Creo que, con ayuda de algunos de los Santos Padres de la Iglesia, como san Agustín, san Cipriano, san Gregorio Magno y otros hemos encontrado la clave para responder cada día a los desafíos de nuestra realidad llenos de la esperanza que no defrauda (Rm 5,5).

Y así como llegamos al final de los ejercicios, tocamos también, en la primera lectura de la Misa, el final del libro del Génesis (Gn 49,29-32;50,15-26ª). En todo este libro maravilloso, como en toda la Sagrada Escritura, se presenta una sucesión de relatos de personas concretas con las que Dios entra en diálogo y a los que, invita con su providencia admirable, a vivir en esperanza. Dios no abandona nunca al hombre, a quien ha creado a su imagen y semejanza, como hemos visto en la historia de José que aquí termina.  Este hombre no era un tonto o un romántico, sus palabras de hoy lo corroboran. José, sabía que sus hermanos no buscaban su bien, pero aún así eligió seguir creyendo en el amor, en la verdad y en la belleza porque «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Seguir creyendo en el Dios de sus padres, a quien fue reconociendo como su Dios lo mantuvo en medio del rechazo, del despojo y de la calumnia entre otras cosas. Hoy, que terminan estos ejercicios, las hermanas que han vivido esta experiencia regresan a su vida habitual y no creo que hayan quedadas defraudadas, sino llenas de esperanza.

El Evangelio del hoy (Mateo 10,24-33) les invita a ellas y a nosotros a no tener miedo a la entrega por amor, sin límites, que lleva a desgastar nuestras fuerzas, a cansarnos para que otros descansen. No temamos a los que «matan el cuerpo», porque si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto, pero si muere, da fruto abundante (Jn 12, 24). No tengamos miedo a postrarnos ante el Señor y reconocer, con esperanza, que lo necesitamos; a pedirle verdad, luz, alegría, fortaleza, compasión, misericordia y amor para anunciar su nombre y que todos le conozcan y le amen. Esa fue la esperanza de la beata María Inés y esa tiene que ser también la nuestra para que nuestras vidas, la vida estas mujeres consagradas y la vida de cada uno de nosotros, sea una vida verdaderamente apostólica con el sello de discípulos–misioneros que debe distinguirnos. Que nuestras vidas desborden vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Les invito a invocar, al llegar al final de nuestra reflexión, con un afecto muy intenso a María «Esperanza nuestra», la primera que acogió a Cristo con total docilidad a la obra del Espíritu. Que ella nos guíe y nos sostenga en el que estamos recorriendo en medio de un mundo que parece haber perdido la esperanza, para que sepamos ser constantemente fieles al Señor de la vida y de la historia, esperando en Él. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario