Y así como llegamos al final de los ejercicios, tocamos también, en la primera lectura de la Misa, el final del libro del Génesis (Gn 49,29-32;50,15-26ª). En todo este libro maravilloso, como en toda la Sagrada Escritura, se presenta una sucesión de relatos de personas concretas con las que Dios entra en diálogo y a los que, invita con su providencia admirable, a vivir en esperanza. Dios no abandona nunca al hombre, a quien ha creado a su imagen y semejanza, como hemos visto en la historia de José que aquí termina. Este hombre no era un tonto o un romántico, sus palabras de hoy lo corroboran. José, sabía que sus hermanos no buscaban su bien, pero aún así eligió seguir creyendo en el amor, en la verdad y en la belleza porque «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Seguir creyendo en el Dios de sus padres, a quien fue reconociendo como su Dios lo mantuvo en medio del rechazo, del despojo y de la calumnia entre otras cosas. Hoy, que terminan estos ejercicios, las hermanas que han vivido esta experiencia regresan a su vida habitual y no creo que hayan quedadas defraudadas, sino llenas de esperanza.
El Evangelio del hoy (Mateo 10,24-33) les invita a ellas y a nosotros a no tener miedo a la entrega por amor, sin límites, que lleva a desgastar nuestras fuerzas, a cansarnos para que otros descansen. No temamos a los que «matan el cuerpo», porque si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto, pero si muere, da fruto abundante (Jn 12, 24). No tengamos miedo a postrarnos ante el Señor y reconocer, con esperanza, que lo necesitamos; a pedirle verdad, luz, alegría, fortaleza, compasión, misericordia y amor para anunciar su nombre y que todos le conozcan y le amen. Esa fue la esperanza de la beata María Inés y esa tiene que ser también la nuestra para que nuestras vidas, la vida estas mujeres consagradas y la vida de cada uno de nosotros, sea una vida verdaderamente apostólica con el sello de discípulos–misioneros que debe distinguirnos. Que nuestras vidas desborden vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Les invito a invocar, al llegar al final de nuestra reflexión, con un afecto muy intenso a María «Esperanza nuestra», la primera que acogió a Cristo con total docilidad a la obra del Espíritu. Que ella nos guíe y nos sostenga en el que estamos recorriendo en medio de un mundo que parece haber perdido la esperanza, para que sepamos ser constantemente fieles al Señor de la vida y de la historia, esperando en Él. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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