domingo, 13 de julio de 2025

«LOS DESPISTADOS, COMO YO»... Un pequeño pensamiento para hoy

Quienes me conocen, saben lo distraído que soy, piden por mí aunque no dejan de reírse de todas las cosas que me pasan y esos, esos que me sacan de apuros, aunque sea a media noche como ayer Eduardo y Sonia llevándome mi teléfono olvidado en el asiento trasero de su coche... ¡valen oro! Son, verdaderamente el prójimo que se detiene en el camino, como sucede en el Evangelio de este domingo (Lc 10,25-37) y se convierten en «el buen samaritano» a imagen de Cristo el Buen Samaritano que pasó por el mundo haciendo el bien. Y es que, en las carreras de llegar «raspando» o «rayando» como dicen en otras partes a Misa, directamente del aeropuerto, ataranta a este padrecito más que de costumbre... ¡creo yo!

Vayamos mejor al Evangelio. El viaje de Jesús hacia Jerusalén al que estamos acompañando en estos domingos del Tiempo Ordinario, nos presenta hoy la encantadora parábola del buen samaritano, que la verdad, según la incontable cantidad de estudios que se han hecho al respecto, no sabemos a ciencia cierta si se trata de una parábola o de un relato ejemplar, lo que si nos queda claro es que, al introducir a un samaritano en el relato, a sabiendas de que no eran bien vistos por los judíos... ¡algo nos quiere decir el Señor! Y es que, a la luz de lo que anoche me pasó y de tanta mano que me echa mucha gente, puedo llegar a la conclusión de que el prójimo es el que nos mueve el tapete, el que provoca que cambiemos de planes, el que se inmiscuye en nuestro andar y nos mueve la brújula de nuestro programado quehacer. Cuenta un viejo relato judío, que unos discípulos que sentían curiosidad al ver desaparecer a su rabino en la vigilia del sábado —sabemos que los judíos no pueden hacer muchas cosas el sábado sino hasta casi llegada la noche—, sospecharon que tenía un secreto, tal vez con Dios, y depositaron en uno el encargo de seguirlo... Y así lo hizo, lleno de emoción, hasta un barrio miserable de aquella población, donde vio al rabino cuidando y barriendo la casa de una mujer: se trataba de una paralítica a la que él servía y le preparaba una comida especial para el domingo. Cuando regresó, preguntaron al espía los demás discípulos: «¿A dónde ha ido el rabino?; ¿acaso al cielo, entre las nubes y las estrellas?». Y el espía les contestó: «¡No!... ha subido mucho más arriba».

La conversión y cumplimiento de la ley de la que nos habla hoy la 1ª lectura en Misa (Dt 30,10-14) recalca que la ley de Dios está inscrita en el corazón del hombre, por lo que puede cumplirla siempre y en todo lugar por que el prójimo, en nosotros, espera la llegada de Dios: como aquel hombre tirado en el camino golpeado por los malhechores o la mujer paralítica... o el vecino anciano, la comadre enferma, el pobre indigente que pide un taquito o el nietecito inquieto que se pone necio...  El himno a los Colosenses, en la 2ª lectura (Col1,15-20) proclama la supremacía de Cristo en todos los órdenes: el de la Creación y el de la salvación. Es él, el que está por encima de todo y de todos, el que se hace Buen Samaritano y como dice el prefacio que elegí para este domingo: «se acerca a todos hombre... y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza». Con María e la mano, dejemos que el prójimo venga y nos incomode. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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