
Dios providente y misericordioso cuida siempre de nosotros, aunque la idolatría —el cambiar a Dios por otros dioses— ha estado siempre presente en la historia de la salvación, como nos narra hoy la primera lectura de la Misa (Ex 32,15-24.30-34). Y es que la vida de fe no puede sostenerse de «fabricar un dios» sino de algo más elaborado: una relación de corazón a corazón con el verdadero Dios por quien se vive. Con cuanta facilidad el hombre y la mujer de hoy rompen el vínculo de relación con la excusa de autoafirmarse. Así como Moisés intercede por el pueblo en este pasaje bíblico, así también, si nos dejamos interpelar, aparecen señales que nos indican por dónde seguir renovando nuestra confianza en Dios.
A partir de este pasaje podríamos preguntarnos: ¿Cómo es mi relación con Dios?, ¿Qué personas y situaciones me ayudan a descubrir el amor de Dios en mi vida? Frente a las realidades que me toca vivir según mi vocación específica ¿me dejo interpelar por Dios o me encierro en mis propios esquemas? ¿Cuándo he podido ayudar a otras personas a encontrar el rumbo que lleva al Señor?
En el evangelio de hoy Jesús utiliza dos semejanzas para evocar y explicar la dinámica del Reino de Dios: la semilla de mostaza y la levadura. Este pasaje de todos conocido (Mt 13,31-35) nos recuerda que Dios actúa desde lo pequeño, desde lo débil, desde lo cotidiano. La vida y la enseñanza de Jesús se guiaron por esta manera de concebir la acción de Dios, descubriéndole en la cotidianeidad de la vida ordinaria. Jesús, manso y humilde de corazón (cf. Mt 11,29), con un amor ferviente y desinteresado, sin cálculos y sin límites, respetando la libertad de las personas. Estas parábolas nos invitan a la confianza, porque Dios está siempre presente y actúa en medio de la historia humana. Él está actuando en todo momento, tiene la fuerza de la semilla que crece y la potencialidad de la levadura que fermenta. Que María Santísima nos ayude y nos mantengamos firmes en la fe. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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