miércoles, 23 de julio de 2025

«NUESTROS LAICOS MISIONEROS»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Concilio Vaticano II, el vigésimo primer concilio ecuménico de la Iglesia Católica, convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y clausurado por el Papa Pablo VI en 1965, que tuvo como objetivo principal la renovación de la Iglesia y su adaptación al mundo moderno tiene, en el documento Lumen gentium (n. 5) un párrafo que me hace ir al Evangelio de hoy: «La Palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega» (Lumen gentium, n. 5).

Pero, la parábola completa (Mt 13,1-9), habla de semillas que no siempre caen en el campo, unas caen a lo largo del camino, otras en un pedregal y otras entre abrojos. El Papa Benedicto XVI dice que «el Señor arroja con abundancia y gratuidad la semilla de la Palabra de Dios y que el sembrador no se desalienta porque sabe que parte de esta semilla está destinada a caer en “tierra buena”, es decir, en corazones ardientes y capaces de acoger la Palabra con disponibilidad, para bien de muchos» (Benedicto XVI, 21 de julio de 2009). Así, podemos contemplar que el sembrador es el protagonista de la escena y no nuestro pobre terreno, con sus espinas y piedras, porque si miramos bien, no podemos trabajar la tierra sin la ayuda de Dios. Si nos creemos el centro de la escena, estaremos equivocados; pero si entendemos nuestro papel de colaboración con la obra de Dios, entonces hemos atinado en nuestra relación con Él.

En estos días en que he convivido con un buen número de los laicos misioneros de la comarca angelina —mexicanos, filipinos, guatemaltecos, colombianos y estadounidenses— he podido ver en vivo la acción maravillosa de este divino sembrador que, esparciendo la semilla, ha encontrado el anhelo de ser tierra buena para que la semilla fructifique y produzca árboles y arbustos en donde se puedan hacer nidos, se pueda buscar sombra e incluso se puedan luego talar para que dando la vida, la Palabra florezca en abundancia. Recuerdo cómo San Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica Postsinodal Christifideles Laici (30 de diciembre de 1988) declaraba proféticamente que el tercer milenio sería de los laicos. Parece haber una admisión implícita de que el segundo milenio no fue tanto el de los laicos y los evangelizadores destacados eran los consagrados. En los últimos cincuenta años se han realizado numerosos estudios sobre el papel y la misión de los laicos. Muchos documentos del magisterio, estudios teológicos y pastorales, se han centrado en el laicado con bastante detalle. ¡Qué gusto llevarme en el corazón el testimonio de estos hermanos que, a la vanguardia, han sido «tierra fértil» que ha dado fruto abundante! Que María Santísima acompañe esta maravillosa tarea de evangelización en medio de un mundo que parece, a primera vista, estar «narcotizado» por el olvido de Dios. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

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