El evangelio de hoy nos recuerda que en medio de una sociedad que parece muy contenta con los valores materiales que tiene, el cristiano es invitado a vivir en esperanza vigilante y activa (Lc 12,32-48). Vigilar con las lámparas encendidas para el encuentro con el Señor —que puede suceder en cualquier momento—, significa tener la mirada puesta en los «bienes de arriba»; no dejarse encandilar por los atractivos de este mundo, que es camino y no meta. Debemos tener conciencia de que nuestro paso por este mundo, aunque sea serio y nos comprometa al trabajo, no es lo definitivo en nuestra vida. Vigilar es vivir despiertos, en tensión. No con angustia, pero sí con seriedad, dando importancia a lo que la tiene a cada momento.
Humanamente pensamos en nuestro futuro y en el de nuestra familia, en el de nuestra comunidad, hacemos planes, prevenimos los posibles males, nos proveemos de los mejores mecanismos anti-robo: pero... ¿vivimos despiertos también en nuestra fe?, ¿trabajamos por crecer en la vida cristiana, pensando en el futuro?, ¿pensamos que también nos puedan robar esa fe, o que nos pedirán cuentas de ella? Vigilar significa no distraerse, no amodorrarse, no «instalarse», satisfechos con lo ya conseguido. Como digo, en medio de una sociedad que parece estar muy contenta con los valores que tiene, somos invitados a vivir en esperanza vigilante y activa. Pidamos a María santísima que interceda por nosotros para que comprendamos que, en este mundo material... vamos de paso. ¡Bendecido domingo, día del Señor!
Padre Alfredo.
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