El Evangelio de hoy (Lucas 14,1.7-14) habla de un banquete al que hay muchos invitados. Con gran sencillez, Jesús, utiliza la situación para ponerlo como ejemplo de la vida real. Él nos enseña cuál es el pensar de nuestro Padre Dios. Y nos lo enseña usando nuestro mismo deseo de ser estimados, un deseo legítimo, siempre y cuando no justifique un obrar injusto. El invitado orgulloso del momento, que ocupa un lugar demasiado alto, se ve humillado al tener que descender hasta ocupar el último lugar. Él quería ser tenido en cuenta, por su orgullo es humillado, y considerado como el menor. En cambio, el sencillo, por su virtud, es alabado. El sencillo y humilde no se cree con derechos adquiridos, y por eso se coloca en el último sitio. Cuando llega el anfitrión, lo invita a subir más arriba, a ocupar un puesto importante, y los demás invitados le alaban. ¡Hasta humanamente sale ganando el que se humilla!
El ejemplo más claro de esto que Jesús nos quiere enseñar lo tenemos en la Santísima Virgen. ¿Quién era esta mujer? Una nazarena sencilla, humilde, una más como cualquier otra mujer de su tiempo. Recibe el anuncio del ángel y no se envanece; sigue siendo «la sierva del Señor», humilde, sencilla y servidora; por eso se pone en camino y va a visitar a su prima Isabel, va a servir. Este obrar sencillo y humilde tiene una característica más, que recalca Jesucristo al final de este pasaje: da sin esperar recibir. El Señor nos dice que por no obrar para conseguir algo a cambio, su Padre nos premiará, y los premios de Dios valen mucho más que los mayores reconocimientos humanos. Pidan por mí para que no busque más que seguir sirviendo el tiempo que Dios quiera tenerme aquí, un segundo más, algunos minutos, unas cuantas horas o algunos años más... Le doy gracias a Dios por el don de la vida y me acojo a sus oraciones. ¡Bendecido domingo en el que la sociedad mexicana, nos celebra a los adultos mayores!
Padre Alfredo.
Así sea Dios lo bendiga feliz cumpleaños
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