En estos días, a más tardar el próximo lunes 29 de agosto, los estudiantes de los diversos grados escolares desde los más pequeños de kínder hasta los grandulones que ya van a la universidad, regresan a clases. Incluso nuestra escuela de catequesis «Beata María Inés Teresa» está ya en época de inscripciones para el nuevo curso. Todos los estudiantes empezarán a estudiar desde el principio de curso de la misma manera que los deportistas se esfuerzan desde que empieza la etapa o el campeonato. Aunque no sean inminentes ni el examen final ni la meta definitiva de la competencia deportiva, entendemos que no es de insensatos pensar en el futuro. Es de sabios. Día a día se trabaja el éxito final, se permanece «en vela» de lo que se quiere conseguir. Día a día se vive el futuro y, si se aprovecha el tiempo, se hace posible la alegría final.
Esto es lo que intenta decirnos Cristo en el Evangelio de hoy (Mt 24,42-51). «Velen y estén preparados» dice Jesús. Buena consigna para la Iglesia que es un pueblo peregrino, un pueblo en marcha, que camina hacia la venida última de su Señor y Esposo. Buena consigna para unos buenos cristianos despiertos, que saben de dónde vienen y a dónde van, que no se dejan arrastrar sin más por la corriente del tiempo, de las ideologías o de los acontecimientos, que no se quedan amodorrados por el camino. Estar en vela no significa vivir con temor, ni menos con angustia, pero sí con seriedad haciendo lo que se debe hacer para alcanzar la meta. Porque todos queremos escuchar, al final, las palabras de Jesús: «muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».
Cuando menos piensen, los estudiantes que ahora van comenzando el nuevo ciclo escolarán, arribarán al examen final y los deportistas se verán ya em plena competencia para alcanzar la medalla o el trofeo. Así sucede con nosotros los creyentes. «¡Cómo pasan los años! Los meses se reducen a semanas, las semanas a días, los días a horas, y las horas a segundos...» decía San Francisco de Sales. Cada día, cada hora, en cada instante, el Señor está cerca, llama a nuestra puerta y, como dice el Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Hemos de ser conscientes de que vamos de camino y tenemos que velar, porque quien viva instalado difícilmente podrá decir que está preparado para el Día del Señor, pues no tan fácilmente podrá decir que estará cumpliendo con su deber. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber ser fieles testigos del Evangelio del Señor en el mundo mientras vamos por aquí de camino al cielo. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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