Sí, por insignificantes que nos veamos a nosotros mismos, somos alguien ante los ojos de Dios. Por insignificantes que veamos a alguna persona de las que nos rodean, tiene toda la dignidad de hijo de Dios y debe revestir importancia a nuestros ojos: «Su Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños». Para ser discípulo–misionero de Cristo hay que hacerse como niños. Para esto es necesario cambiar de mentalidad, abandonar todas las ínfulas de grandeza y servir a la comunidad desde la más profunda humildad.
El cambio de mentalidad es todo un reto. Hoy estamos bien influenciados por medios de información que nos llenan la cabeza de prejuicios racistas, sexistas, y de modelos estereotipados. Debemos tener una conciencia crítica ante esto y transformar nuestra mentalidad para que sea conforme al evangelio con sencillez, sin tantas complicaciones como marca la sociedad y sus ideologías. No podemos caer en el juego del afán de éxito y lucro olvidando la sencillez y el servicio que nos pide Jesús cada día. Jesús quiere que siendo como niños transformemos este mundo en el que la llave del reino que propone está en manos del dinero, del poder, de la ambición, y, en cambio. Con el auxilio de María santísima busquemos establecer el Reino de Cristo en la práctica del amor, de la generosidad, del servicio, de la caridad, de la pureza de corazón. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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