viernes, 19 de agosto de 2022

«Con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente»... Un pequeño pensamiento para hoy


En el tiempo de Jesús, los judíos contaban, para regirse en el aspecto religioso, con 365 leyes negativas y 248 positivas. Estas leyes eran más que suficiente para desorientar a las personas de mejor buena voluntad, a la hora de centrarse en lo esencial. Para ponerlo a prueba, uno de los doctores de la ley le preguntó que cuál era el mandamiento más importante. Jesús le brindó, con sencillez, una respuesta muy clara: el mandamiento principal es amar. Amar a Dios —lo cita del libro del Deuteronomio: Dt 6— y amar al prójimo «como a ti mismo» —cuestión que estaba ya en el Levítico: Lv 19). Lo que hizo Jesús fue unir los dos mandamientos y relacionarlos: «En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas».

Al colocar estos dos mandamientos como el eje de toda la Escritura, Jesús pone en primer lugar la actitud filial con respecto a Dios y la solidaridad interhumana como los fundamentos de toda la vida religiosa. Incluso, la adecuada interpretación de la Escritura —La Ley y los Profetas— depende de que sean comprendidos y asumidos estos dos imperativos éticos. Nosotros vivimos hoy en una sociedad que tiene muchas más normas que el pueblo judío, incluso nuestras iglesias tienen extensas legislaciones, basta ver el Código de Derecho Canónico. Sin embargo, Jesús nos propone que superemos nuestra mentalidad legalista o nuestra actitud infractora. La ley, aunque oriente algunos comportamientos, no puede ser la guía en la vida de las personas. La única guía es el Espíritu de amor que nos permite vivir en paz con Dios y en justicia con nuestros hermanos.

En los santos y beatos que conocemos, vemos cómo el amor a Dios, que han sabido ellos manifestarle de muchas maneras, les otorga una gran iniciativa a la hora de amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. Desde allí perfilan sus vidas para ayudar al prójimo. Pidámosle hoy a la Virgen Santísima que nos llene del deseo de sorprender a Nuestro Señor con obras y palabras de afecto amándolo a Él y amando a nuestros hermanos. Así, nuestro corazón será capaz de descubrir cómo sorprender con algún detalle simpático a los que viven y trabajan a nuestro lado, y no solamente en los días señalados, que eso lo sabe hacer cualquiera. Sí ¡Sorprender! Sorprender con un saludo, con una llamada, con un mensaje de WhatsApp... Así podemos vivir una forma práctica de pensar menos en nosotros mismos y más en Dios y en los hermanos. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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