miércoles, 24 de agosto de 2022

«El Apóstol Bartolomé»... Un pequeño pensamiento para hoy


Hoy celebramos la fiesta del Apóstol Bartolomé, que también es conocido como Natanael, probablemente porque tenía un apodo o dos nombres. El Evangelio de esta fiesta (Jn 1,45-51) nos presenta la vocación de este Apóstol. El evangelista nos refiere que cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama:  «Este es un verdadero israelita en el que no hay doblez» (Jn 1,47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: «Dichoso el hombre… en cuyo espíritu no hay fraude» (Sal 32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: «¿De qué me conoces?» (Jn 1, 48). La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1, 48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Pero es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.

De la actividad del apóstol san Bartolomé no sabemos casi nada, noticias legendarias dicen que evangelizó la región de Armenia, entre el Cáucaso y el mar Caspio, y que allí murió mártir luego de haber convertido a la fe cristiana al rey de los armenios. La de Armenia sigue siendo hasta hoy una importante iglesia cristiana del Cercano Oriente. Otras tradiciones nos lo presentan evangelizando en la India. Aparece en las listas apostólicas (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,14; Hch 1,13) en tres casos después del nombre de Felipe. Esta es la razón por la que se llegó a identificarlo con el Natanael del Evangelio de san Juan (1,45; 21,2), presentado a Jesús por Felipe y natural de Caná de Galilea.

La memoria de san Bartolomé, o Natanael —como le queramos decir— y la memoria de los demás apóstoles nos habla de nuestra propia vocación. También nosotros fuimos llamados por Cristo, alguien nos lo presentó o nos introdujo en su presencia, o simplemente fuimos llamados escuchando en el corazón la voz del Señor que nos dijo: «sígueme». Y a nosotros también, como a cada uno de los apóstoles, nos ha sido confiada una misión en la Iglesia. Según nuestras capacidades, según nuestras responsabilidades. No podemos dejar que nuestra vocación se duerma inactiva en cualquier rincón de nuestra vida. Confesemos a Jesús como lo hicieron los Apóstoles, y abracémonos a nuestra responsabilidad de testimoniar y anunciar el mensaje cristiano. Pidamos a María Santísima que ella nos ayude. ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario