Algunas corrientes ideológicas actuales defienden la plena espontaneidad del hombre: el ser humano sólo tiene que vivir; que haga lo que él quiera sin trabas ni límites. La exigencia, —dicen algunos— puede crear traumas irreparables, alguna experiencia dolorosa. Simplemente que cada quien haga lo que le pegue en gana. Sin embargo, la misma realidad diaria nos demuestra que estas teorías no tienen un fundamento fuerte ni una base científica. Por poner un ejemplo veamos el mundo laboral: el que progresa es el que trabaja, el que se esfuerza. O vamos al mundo de las competencias deportivas donde una medalla cuesta años y meses de un trabajo intenso y de un esfuerzo constante. El éxito no se regala de a grapa —como dicen los jóvenes—, sino que se consigue a base de trabajo, esfuerzo, lucha. Por eso entiendo que el Señor dice: «Esfuércense».
Me es fácil entender el «esfuerzo» del que habla Jesús, porque el Reino de los Cielos, que se empieza a construir aquí en la tierra, lo construimos nosotros cooperando con esfuerzo en la obra que Dios realiza por su gracia. Su salvación nos es ofrecida a todos por igual, pero depende de nosotros si queremos entrar por la puerta estrecha que nos conduce a ella. Dios no nos ha creado para que estemos de brazos cruzados esperando que él deje caer la comida en nuestra boca; nos ha creado para que desarrollemos nuestras capacidades, para que trabajemos y nos trabajemos. Por eso hoy Jesús nos espolea, nos estimula a ponernos en camino. Sin ese estímulo muchos se quedarían de brazos cruzados. Que María santísima nos ayude a «esforzarnos» practicando las obras de misericordia para entrar por la puerta del Reino, que es estrecha. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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