jueves, 4 de agosto de 2022

«33 años de mi Ordenación Sacerdotal»... Un pequeño pensamiento para hoy


Les advierto, al saludarles, que la reflexión del día de hoy será larguita... Es que el 4 de agosto de 1989, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en Monterrey, N.L. México, fui ordenado sacerdote, es decir que estoy cumpliendo 33 años de buscar vivir plenamente esta valiosa vocación como hijo de Dios, como misionero y como religioso e inicio la mal hilvanada reflexión que hago cada día, pidiéndoles sus oraciones para ayudarme a dar gracias por el don tan extraordinario que aquel dichoso día recibí y que quiero se renueve, se fortalezca y siga gozando de la unción propia del Espíritu de Dios para esta vocación, consciente que sin la limosna de oraciones del pueblo de Dios, la vocación sacerdotal puede perder el vigor y la frescura que le son propios. Les invito especialmente a orar conmigo con el Himno de Laudes que la Liturgia de las Horas tiene para el jueves de la segunda semana y que aquí transcribo: «Señor, tú me llamaste para ser instrumento de tu gracia, para anunciar la Buena Nueva, para sanar las almas. Instrumento de paz y de justicia, pregonero de todas tus palabras, agua para calmar la sed hiriente, mano que bendice y que ama. Señor, tú me llamaste para curar los corazones heridos, para gritar, en medio de las plazas, que el Amor está vivo, para sacar del sueño a los que duermen y liberar al cautivo. Soy cera blanda entre tus dedos, haz lo que quieras conmigo. Señor, tú me llamaste para salvar al mundo ya cansado, para amar a los hombres que tú, Padre, me diste como hermanos. Señor, me quieres para abolir las guerras y aliviar la miseria y el pecado; hacer temblar las piedras y ahuyentar a los lobos del rebaño. Amén»

Durante estos 33 años, he podido constatar que un sacerdocio sin oración, termina abandonando la genuinidad del mensaje evangélico. Un sacerdocio sin apostolicidad, pierde la razón de su quehacer. Un sacerdocio sin cercanía a Jesús y a los hermanos, a la familia de sangre y a la familia espiritual, se desvincula del método que el Señor nos ha marcado. Por eso he querido celebrar este aniversario con la Santa Misa, una Hora Santa —como todos los jueves— y confesando, inspirado por el testimonio de san Juan María Vianney, el santo cura de Ars a quien la Iglesia celebra en este día y que es patrono de los sacerdotes, en especial de los párrocos. San Juan María Vianney es un sacerdote que con sencillez, ternura y fidelidad a los sacramentos, en especial a la ardua tarea de la confesión y a la celebración de la Eucaristía, se conformó a la voluntad de Dios y así siguió el camino de la santidad. Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: «Si desapareciese el sacramento del Orden Sacerdotal, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir —a causa del pecado—, ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote…¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!...

El Evangelio de hoy (Mt 16,13-23) lo relaciono con el Himno de Laudes que les he compartido y me recuerda que todos tendemos a hacer una selección en nuestro seguimiento de Cristo. Todos los sacerdotes y fieles le confesamos como Mesías e Hijo de Dios como lo hace Pedro. Pero nos cuesta más entender que se trata de un Mesías «crucificado», que está seriamente comprometido en la liberación de la humanidad. Como a Pedro, nos gusta el monte Tabor, el de la transfiguración, pero no tanto el monte Calvario, el de la cruz. A la luz de estos 33 años de sacerdocio, siempre acompañado por san Juan María Vianney, santa Teresita del Niño Jesús y la beata María Inés Teresa del Santísimo sacramento he experimentado que a Jesús le tenemos que aceptar entero, sin «censurar» las páginas del evangelio según vayan o no de acuerdo con nuestra formación, con nuestra sensibilidad o con nuestros gustos. Si volviera a nacer de nuevo, elegiría, bajo la mirada dulce de María, esta misma vocación de ser sacerdote Misionero de Cristo para la Iglesia Universa y ahora sacerdote Misionero de la Misericordia. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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