En el Evangelio de hoy (Mt 19,13-15) acuden a Jesús alguna gente con sus niños, para que los bendiga, teniendo en cuenta la fama que el joven rabino de Galilea había adquirido con su enseñanza y los milagros que realizaba. A todo ello se unía la fama de Jesús como persona de oración. Era maestro de oración y, según nos dicen los evangelistas, acudía a ella con frecuencia (Mt 14,23). Para muchos rabinos y sus seguidores, los niños no eran considerados seres significativos en la sociedad y por eso los apóstoles regañaron a la gente que le acercó a Jesús sus niños. Jesús les hace ver que los niños tienen su lugar y su misión. Con esto incluye y privilegia dentro de la comunidad a los marginados, despreciados, desconocidos y excluidos de la convivencia humana. ¡De éstos es el Reino de los cielos!
La Iglesia en general y nuestras asambleas litúrgicas no deben excluir a nadie pues la Iglesia perdería su característica de católica, de universalidad de salvación. «Estos pequeños» están y deben estar al centro de la familia, de la Iglesia y de la sociedad. Se les debe respeto, justicia, cuidado y amor pues tienen dignidad como personas. Quien acoge a uno de estos pequeños acoge a Jesús. ¡Ay de aquél que le impida a los otros ir a Jesús! Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber dar su lugar a los niños que, de alguna manera, son el futuro de nuestras comunidades eclesiales. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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