Las exigencias del seguimiento de Cristo parten de una renuncia radical y primera a las propias ambiciones. El auténtico discípulo–misionero no puede anteponer sus intereses a la urgencia del Reino porque estaría en el plan de la mentalidad vigente que consiste en buscar seguridades y prebendas personales. Esto es lo que significa «ganar el mundo», empeñar la propia persona en un sinnúmero de empresas que supuestamente le reportarán la felicidad de ésta vida y de la otra. La realidad, sin embargo, es otra. Los que ganan este mundo —los santos, los beatos, los venerables— pierden su propia vida.
De esta manera, estamos avisados. Podrá resultarnos duro el camino de la vida cristiana, pero no nos debe sorprender. Jesús ya nos lo ha advertido, para que no nos llamemos a engaño. No nos ha prometido éxitos y dulzuras en su seguimiento. Eso sí, no nos va a defraudar, porque «dará a cada uno lo que merecen sus obras», y no se dejara ganar en generosidad. Con María busquemos seguir el camino de Jesús cargando la Cruz de cada día esperando la resurrección con Él. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
P.D. Hace 33 años, en un 5 de agosto, como hoy, presidí por primera vez la celebración de la Eucaristía. Mi Cantamisa —primera misa— fue en la parroquia que ahora muchos años después tengo a cargo: «Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario