En unos momentos, que compensan los sufrimientos de toda una vida, Pedro, Santiago y Juan ven al Señor transfigurado. Esta escena que acentúa el gozo de la fe, la alegría de saberse salvados y amados por Jesucristo, nos debe llevar a nosotros, como discípulos–misioneros de Cristo a buscar momentos de oración, de contemplación, de participar en la Eucaristía aunque no sea domingo, que es el día de obligación. La transfiguración que el mundo necesita es esta que nos ofrece Jesús como un adelanto de la vida eterna con él y nosotros glorificados y nos invita a continuarla entre nosotros. ¿Estamos dispuestos a echar una mano?
Los discípulos se quedaron atónitos y querían construir unas chozas; san Lucas advierte que «no sabían lo que decían». Es que la transfiguración de Jesús no es el número final de una presentación, sino el modelo de lo que nuestra vida debe ser, de lo que tenemos que hacer. Por tanto, tampoco nosotros podemos quedarnos mirando asombrados, sin saber lo que hacemos ni lo que decimos; tenemos que poner manos a la obra para que la vida siga cambiando, las sociedades se vayan transfigurando y conformándose de tal forma que dejen ver a su través el Reino de Dios. Que María Santísima nos ayude. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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