Al toparnos con esta escena evangélica, nos hallamos ante un texto que es exclusivo de san Lucas. Esta parábola trata de hacer ver la inutilidad de la codicia y, en una moraleja final, formula la actitud sensata: Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios. La codicia no sólo es incapaz de hacer vivir más o menos, sino que además incapacita para el desarrollo de las propias capacidades. Jesús resalta una capacidad fundamental, que es la capacidad de relación con Dios. Matando esta capacidad, la codicia mata al propio codicioso y lo hace morir en soledad. Es bueno meditar en esto, porque muchos están dispuestos a amontonar riquezas, a transformar la realidad para preservarlas, para sentirse seguros y satisfechos con ellas. Sin embargo, no aprecian el valor de la vida misma. Sus apegos no les dejan ver otra cosa que sus propias ambiciones.
El mensaje bíblico de hoy se hace para nosotros una invitación a relativizar en nuestro corazón valores como el dinero —que es el que directamente se menciona—, pero también otros como el poder, el éxito, el prestigio, el placer, la buena vida. La tentación de la avaricia, de la ambición exagerada, de la idolatría de la riqueza, van directamente contra el primer mandamiento: «no tendrás otro Dios más que a mí». Se podría aludir también a las vacaciones que está viviendo mucha gente en esta época del año: una realidad merecida, necesaria, legítima, pero que tampoco hay que extremar. Una cosa es el deseo de disfrutar de ellas, con la familia, y otra la obsesión de impresionar con unas metas y unos niveles que van más allá de un sereno goce de la vida que se terminará de pagar hasta el día del juicio final. Pidamos la intercesión de María santísima, que siempre vivió de manera sobria confiando en la Providencia de Dios para vivir nosotros también así. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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