viernes, 15 de julio de 2022

«Las espigas y el sábado»... Un pequeño pensamiento para hoy


Los tres evangelios sinópticos —Mateo, Marcos y Lucas— dan cuenta de esta discusión, entre Cristo y el fariseo, en torno a la observancia del sábado que nos ofrece el evangelio de hoy (Mt 12,1-8) y parece que precisamente es Mateo quien parece haber conservado la versión más primitiva del incidente. Los apóstoles son sorprendidos por los fariseos en flagrante delito de violación del descanso del sábado. A decir verdad, los discípulos no han violado ninguna prescripción de la ley propiamente dicha, sino tan solo una de las reglas de la Mischna —tradición oral de interpretación de la Torá que, entre otras cosas, anuncia las treinta y nueve actividades prohibidas en día de sábado—. El argumento de Cristo para justificar a sus seguidores es clara: la ley que prohíbe arrancar las espigas en sábado no es más que un documento de comentaristas de la ley; por el contrario, la misma ley autoriza claramente a comer el pan sagrado cuando se tiene hambre (cf. 1 Sam 21, 2-7).

La lección es también para nosotros, si somos legalistas y exigentes, si estamos siempre en actitud de criticar y condenar. Es cierto. Debemos cumplir la ley, como lo hacía el mismo Jesús. Pero eso no es una invitación a ser intérpretes intransigentes. El sábado, que estaba pensado para liberar al hombre, lo convertían algunos maestros en una imposición agobiante. Lo mismo podría pasar con nuestra interpretación del descanso dominical, por ejemplo, que ahora el Código de Derecho Canónico interpreta bastante más ampliamente que antes: «se abstendrán de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (Catecismo de la Iglesia Católica 1247). Jesús nos enseña a ser humanos y comprensivos, y nos da su consigna, citando al profeta Oseas: «quiero misericordia y no sacrificios». Los discípulos tenían hambre y arrancaron unas espigas. No había como para condenarles tan duramente. Seguramente, también nosotros podríamos ser más comprensivos y benignos en nuestros juicios y reacciones para con los demás.

Con este pasaje el Señor se acerca al sembrado de nuestras vidas, para recoger frutos de santidad. ¿Encontrará caridad, amor a Dios y a los demás? Jesús, que corrige la casuística meticulosa de los rabinos, que hacía insoportable la ley del descanso sabático: ¿tendrá que recordarnos que solo le interesa nuestro corazón, nuestra capacidad de amar? ¿Cómo prohibir hacer el bien, siempre? Esto nos recuerda que ningún motivo nos excusa de ayudar a los demás. La caridad verdadera respeta las exigencias de la justicia, evitando la arbitrariedad o el capricho, pero impide el rigorismo, que mata al espíritu de la ley de Dios, que es una invitación continua a amar, a darse a los demás. «Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7). Repitámoslo muchas veces, para grabarlo en nuestros corazones: Dios, rico en misericordia, nos quiere misericordiosos. «¡Qué cercano está Dios de quien confiesa su misericordia! Sí; Dios no anda lejos de los contritos de corazón» decía san Agustín. Pidámosle a la Virgen que interceda ante el señor por nosotros y nos haga misericordiosos. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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