La página del evangelio de hoy describe al sembrador mismo y la fuerza de la semilla que él siembra en terrenos diversos. Y a pesar de todas las dificultades —los pájaros o las piedras o las zarzas—, su semilla al final encuentra un terreno propicio y produce fruto. Jesús nos dice que, a la larga, la semilla —que es la Palabra de Dios— es fecunda y que no se pierde. Dios es generoso en su siembra: generoso y universal. También los alejados y los que son víctimas de la secularización creciente de nuestra sociedad, y los que no han recibido formación religiosa, son hijos de Dios y están destinados a la salvación. En ellos también puede dar fruto la Palabra de Dios.
Ante esto nosotros hemos de preguntarnos como discípulos misioneros y prolongadores de la acción de Cristo: ¿Somos buenos sembradores? ¿Tenemos fe en la fuerza interior de la semilla que sembramos, la Palabra de Dios, y confianza en que, a pesar de todo, Dios hará que dé fruto? Dios siembra en el corazón de todos. No va seleccionando de antemano los terrenos. Eso sí, no obliga ni fuerza a nadie a responder a su don, nos deja en plena libertad. Esta parábola es una llamada a la esperanza y a la confianza en Dios porque la iniciativa la tiene siempre él, y él es quien hace fructificar nuestros esfuerzos. Pidamos la intercesión de María Santísima para ser buenos sembradores y ayudemos a la que la Palabra de Dios y sus sacramentos lleguen a todos los rincones del mundo. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario