En honor de Baal, los que lo adoraban, tenían frenéticos ritos sexuales llenos de lujuria. Esas concepciones religiosas naturistas eran, por desgracia, muy populares porque según ellos esos rituales eran una súplica al dios de la fecundidad para obtener abundantes cosechas y sanos rebaños, así como el nacimiento de muchos hijos en las familias. Los sacerdotes de Yahvé, el verdadero Dios, el Único, estaban tentados de consentirlo, explotando así las tendencias populares más elementales.
Leyendo esto del profeta Oseas, dejando de lado algunos detalles que manifiestan una civilización distinta a la nuestra, encontramos uno de los problemas de nuestro tiempo: la contaminación de la fe auténtica por el materialismo ambiental. El oro. La plata, la codicia de bienes. La sexualidad. Ídolos también de hoy incluso para quienes han dejado de creer en Dios y se han dejado envolver por los falsos dioses. Ídolos ilusorios incapaces de satisfacer el hambre profunda del hombre. Pero ante esta situación, el profeta nos dejará ver algo importante: Israel tenía una vocación única entre todos los pueblos, debía ser el testigo de la Alianza como lo tenemos que ser nosotros que somos discípulos–misioneros de Cristo. No nos desalentemos y bajo el cuidado de María Santísima sigamos viviendo nuestra fe en un Único Dios. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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