Esta parábola del tesoro y también la de la perla preciosa que hoy tenemos, nos ayudan a valorar la sabiduría que descubre cuáles son los valores auténticos en esta vida, y cuáles, no, a pesar de que brillen más o parezcan más atrayentes. ¿Qué es más importante para ti como discípulo–misionero de Cristo: el dinero, la salud, el éxito, la fuerza, el gozo inmediato?, ¿o la felicidad, el amor verdadero, la cultura, la tranquilidad de conciencia? Hay que saber dar su lugar primordial a los valores del Reino que Dios más aprecia, cuáles sus planes sobre nosotros, los que nos conducen a la verdadera felicidad. A veces, son verdaderamente un tesoro escondido o una perla única. Muchos niños, jóvenes y adultos, tienen la suerte de poder agradecer a Dios el don de la fe, o de haber descubierto en una determinada vocación el camino que Dios les destinaba, o de haberse encontrado con Cristo Jesús, como san Pablo cerca de Damasco, o como san Mateo cuando estaba sentado a su mesa de impuestos, o como los pescadores del lago que oyeron la invitación de Jesús.
Si seguir a Jesús se le antoja un sacrificio muy grande a mucha gente, es que, seguramente, no han descubierto todavía el verdadero valor del Reino y están atrapados entre el materialismo y consumismo excesivo de nuestra sociedad. Hay gente para la que asistir a Misa los domingos viene a ser como una especie de enorme carga que llevan pegada a la espalda y no va o van a la fuerza. Para ellos ser cristiano católico no es motivo de gozo. Posiblemente todavía no han abierto el cofre del tesoro, ni han quitado el polvo que cubre la belleza sin límite de la perla. Pidamos, por intercesión de la santísima Virgen María por todos ellos y, con nuestro testimonio de vida, mostrémosles la alegría del evangelio. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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