Cuántos católicos hay en nuestro mundo que actúan con un corazón doble. Unos se escudan en «cumplir» con el precepto dominical, pero tienen unas vidas, el resto de la semana, que nada habla del amor a Dios y de su seguimiento. Las imágenes del dolor vivido por el profeta a causa del alejamiento adúltero de Israel son quizá ahora insuficientes para describir el drama del alejamiento de mucha gente respecto a Dios: «Tienen el corazón dividido, y ahora pagarán sus culpas... Dicen: “No respetamos a Yahvé”» (vv 2-3). El profeta, entonces, nos habla también a nosotros, recrimina la idolatría que también en nuestra sociedad está presente, denuncia una honra puramente verbal, ve a Israel pecador. Ahora, como antes, gran parte del pueblo que se dice de Dios, se comporta de manera insensata y fuera del culto que le rinde, vive una experiencia de «coquetear» con los Baales —«Samaria y su becerro», dice el profeta—.
Pero la misión del profeta Oseas no consiste únicamente en poner en evidencia los pecados de Israel y en mostrar su gravedad en aquel pasado histórico. Consiste también en revelarnos a nosotros la actitud adoptada por Dios ante la infidelidad de aquellos a quienes ama. Dios rescatará a quienes se conviertan y sean justos. «Siembren justicia y cosecharán misericordia; preparen sus tierras para la siembra, pues ya es tiempo de buscar al Señor, para que venga y llueva la salvación sobre ustedes». Sí, siempre hay esperanza para quien vuelve su corazón a Dios. Por eso no debemos darnos por vencidos. Bien podemos, como Oseas, denunciar el mal y al mismo tiempo anunciar el bien que Dios nos trae con la conversión a él. De la mano de María, que siempre fu fiel, pidamos que no nos cansemos de ser buscadores de Dios. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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