viernes, 22 de julio de 2022

«En la fiesta e María Magdalena»... Un pequeño pensamiento para hoy


El 22 de julio de 1981, en una tarde serena, mientras la comunidad de Misioneras Clarisas rezaba las vísperas de la fiesta de santa María Magdalena, entregaba su alma al creador la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento. Por motivo de esta fiesta —aunque casi todos los beatos y santos se celebran el día de su muerte— la memoria litúrgica de la beata María Inés se trasladó al 22 de junio, día en que la Iglesia aprobó la fundación de su obra misionera. Pero hoy, la recordamos también con cariño, pero, por supuesto, enfocamos nuestra breve reflexión en la figura de santa María Magdalena, Apóstol de los Apóstoles. Esta extraordinaria mujer que se dejó cautivar por el poder sanador de Cristo que dio a su vida un giro total y la convirtió en «Apóstol de los Apóstoles», como afirma santo Tomás de Aquino.

El evangelio de hoy (Jn 20,1-2.11-18) nos narra el momento de la aparición del Resucitado a la Magdalena. En la escena vemos, al inicio, una mujer desmoronada por la muerte de Aquel que había transformado su vida, pues no hay que olvidar que el evangelio mismo dice que de ella el Señor había expulsado 7 demonios (Mc 16,9; Lc 8,2). En diversos capítulos del evangelio en los que se relatan los momentos más dramáticos de la vida de Jesús, aparece María Magdalena, junto a su Maestro con otras mujeres. Son ellas de hecho, quienes le siguen a lo largo del Calvario y asisten a la Crucifixión. La Magdalena todavía está presente cuando José de Arimatea coloca el cuerpo de Jesús en el sepulcro y es también ella quien, al día siguiente, regresa al sepulcro y descubre que la piedra ha sido removida. Después, cuando identifica a Jesús, vemos a una mujer valiente que corre a anunciar a los Apóstoles que el Maestro ha resucitado.

En el itinerario de esta extraordinaria mujer descubrimos un aspecto importante de la fe que nos pueden ilustrar. En primer lugar, admiramos su valentía. La fe, aunque es un don de Dios, requiere coraje por parte del creyente. Lo natural en nosotros es tender a lo visible, a lo que se puede agarrar con la mano. Puesto que Dios es esencialmente invisible, la fe «siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque implica la osadía de ver lo auténticamente real en aquello que no se ve», dice el Papa Emérito Benedicto XVI. María viendo a Cristo resucitado «ve» también al Padre, al Señor. Por otro lado, al «salto de la fe» se llega por lo que la Biblia llama conversión o arrepentimiento: sólo quien cambia la recibe. ¿No fue éste el primer paso de María? ¿No ha de ser éste también un paso reiterado en nuestras vidas? Con María Santísima veamos a la Magdalena y pidamos para nosotros una fe tan grande como la de ella. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario