En este pasaje Jesús explica que él es el agricultor y su campo es el mundo. La buena semilla sembrada por él es el trigo, que representa a todos nosotros como sus discípulos¬–misioneros. Por el contrario, la cizaña la identifica con quienes pertenecen al maligno. Así que, como es de esperarse, el enemigo que siembra esta mala semilla es el diablo, este ser malévolo que busca infiltrarse siempre y se camuflajea como puede. Quienes conocen el trigo y la cizaña saben que son sumamente parecidos y que solo se descubre cuál es cuál a la hora de la cosecha. La cizaña, contrario al trigo, no tiene utilidad real para el humano. De hecho se le considera un tipo de maleza. Hoy en día se le llama cizaña a la mala voluntad y se dice que una persona es cizañosa cuando esparce rumores, habla mal de otros y en general, no es una buena persona.
Las dos semillas, la cizaña y el trigo, crecen juntas en medio de las realidades concretas del campo; se entremezclan sin diferencia alguna; por eso es necesario dejarlas que crezcan una al lado de la otra para evitar que, recogiendo la cizaña, se arranque con ella también el trigo y se pierda. Ya llegará el momento de la cosecha donde se podrá encontrar la diferencia, porque al germinar el trigo la diferencia es evidente, el fruto permitirá reconocer quién es quién. Dar fruto o fructificar, en la mentalidad del Evangelio, permite distinguir lo bueno de lo malo y la supremacía de lo uno sobre lo otro. Busquemos siempre ser trigo bueno, y, para eso, recurramos con constancia a la santísima Virgen para que interceda por nosotros y nos robustezca en la fe, aunque crezcamos al lado de la cizaña. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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