La cuestión que hay que ver es que si Dios se manifestara en un «signo del cielo» o algo por el estilo, algo sensacional, no sería ya el Dios que ha elegido ser: ese Dios, servidor de los hombres para merecer su amor. Ese Dios que no quiere quebrantar al hombre. Ese Dios que no quiere obligar al hombre a fuerza de poder y de maravillas. Dios ha querido respetar la libertad que dio al hombre. Dios ha elegido ganarse el amor del hombre, muriendo, en Cristo, por él.
El gran signo que Dios ha hecho a la humanidad, de una vez por todas, se llama Cristo Jesús. Lo que ahora sucede es que cada día, en el ámbito de la Iglesia de Cristo, estamos recibiendo la gracia de su palabra y de sus sacramentos, y, sobre todo, estamos siendo invitados a la mesa eucarística, donde el mismo Señor Resucitado se nos da como alimento de vida verdadera y alegría para seguir su camino. Pidamos a la santísima Virgen que interceda por nosotros pare que, sin perder la sencillez, creamos con profunda fe en la existencia de Dios, que es amor. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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