sábado, 2 de julio de 2022

«Cristo, el Esposo de nuestras almas»... Un pequeño pensamiento para hoy


Escribo esta reflexión desde la «Ciudad de la eterna primavera» —Cuernavaca, Morelos, México—. Me encuentro aquí compartiendo el gozo de la fe con un grupo de hermanas Misioneras Clarisas que hacen la experiencia espiritual llamada «Mes Inesiano» en la cual profundizan en la vida, obra y escritos de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento para adentrarse más en este carisma maravilloso que Dios reveló a la beata y que mucha gente podemos vivir en 15 países del mundo a donde su obra ha llegado. El «Mes Inesiano» empieza con la experiencia de unos días de Ejercicios Espirituales que a mi me toca dirigir, acompañando a estas religiosas que haciendo un alto en su vida apostólica y misionera, se concentran en la Casa Noviciado de las Misioneras Clarisas en unos días de oración y de silencio renovando el gozo de seguir a Cristo, el esposo de sus almas.

Y es precisamente de «Cristo esposo» de quien habla el Evangelio de hoy (Mt 9, 14-17). Jesús es este «esposo» misterioso que invita a su boda en un espacio de felicidad y júbilo intensos que solamente quien tiene la fe bien puesta, puede disfrutar. El evangelista nos hace ver que los tiempos mesiánicos ya han llegado: Dios se ha desposado definitivamente con la humanidad y nos invita a festejar ese gran acontecimiento. Al igual que este grupo de religiosas al que acompaño en estos días, todos hemos de descubrir al Jesús amoroso, al Cristo enamorado de la humanidad, a este Jesús desposado con la humanidad. Todo el Antiguo Testamento lo había anunciado (Is 54, 4-8; 61, 10; 62, 4-5; Jr 2, 2; 31, 3; Ez 16; Os 1 a 3; Sal 45, 7-8). Por eso ahora la propuesta de Jesús es clara: no se puede recibir el Reino de Dios con la mente y la vida embotadas por esquemas mentales ya caducos y por ritos externos que ponen de lado la justicia y la misericordia. No se puede utilizar la fe en Dios para justificar la injusticia y la falta de caridad. No se puede echar vino nuevo —el Reino de Dios—, en odres viejos —la ley, la exclusión y la falsedad religiosa—.

El evangelio de hoy empieza hablando del ayuno, que ciertamente es un buen medio de expresar nuestra humildad y nuestra conversión a los valores esenciales, por encima de los que nos propone la sociedad de consumo. Pero no es esto lo que aquí discute Jesús. Lo que él quiere que veamos ahora es la actitud propia de sus seguidores: la fiesta y la novedad radical. A la luz de esto, habrá cada uno de preguntarse: ¿Soy un enamorado de Jesús? ¿Respondo a su amor? ¿Cómo? ¿Estoy contento y alegre? ¿Soy feliz? ¿Vivo todos y cada día como un «invitado a la boda»? Y la Celebración de la Eucaristía, ¿la considero como un «banquete de boda»? ¿Es una «cita de amor», un lugar privilegiado de encuentro, de diálogo, de silencio para escuchar? La vida consagrada, para quienes la han elegido, tiene esta significación. También el matrimonio, de distinta manera, tiene la misma significación.  Que María nos ayude a todos a vivir y convivir con su Hijo Jesús, el «Esposo de nuestras almas». ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario