El pueblo aprende la lección y se vuelve arrepentido hacia su Dios: «perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios». El oráculo final de Oseas es de esperanza, una esperanza fundada en el amor gratuito de Dios, un tema que ha recorrido todo el libro. Como el pecado había sido poner su confianza en alianzas humanas y militares con todo y sus diosecillos, el pueblo le dice a Dios humildemente: «No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo». Y promete rechazar, en adelante, toda idolatría: «no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos». Yahveh es el rocío y habrá nuevas flores, árboles arraigados y aromas exquisitos; habrá abundancia de trigo y exquisitos vinos, figuras que aparecen también en el Cantar de los Cantares, en un clima de amor. Yahveh, hablará al corazón. Israel corta definitivamente con los ídolos, y pone toda su seguridad en el Señor, la idolatría ha sido vencida. Todos sus frutos provienen del Señor.
Nosotros también somos invitados a romper con toda idolatría en nuestra vida, cambiar nuestro corazón, aceptar el amor de Dios y su mano tendida en señal de reconciliación buscando ir a metas altas de santidad. Esta será la mayor alegría que le podemos dar a Dios. La alegría que describía Jesús hablando del pastor que va en busca de la oveja perdida y la recupera llenándose de alegría, o del padre que recobra a su hijo y también se colma de alegría, o de la mujer que encuentra lo que había perdido y con gozo comparte la noticia. Si recurrimos a la Virgen, ella, con su sencillez, nos ayudará a no irnos tras esos diosecillos que el mundo ofrece y que quieren ocupar el lugar de Dios. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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