Las redes de los pescadores, nos recuerda el evangelio, pueden atrapar cualquier clase de peces. Así es el Reino. Atrae por igual a gente honesta con buenos propósitos y a gente manipuladora y oportunista. Sin embargo, la lógica misma del Reino hace que unos se diferencien radicalmente de los otros. Muchos discípulos de Jesús lo siguieron con aparente fidelidad, pero ocultaban oscuros intereses. A lo largo del camino fueron manifestando sus verdaderas intenciones. Se vestían con el manto del servicio a Dios para servir a sus propias ambiciones. Jesús les anuncia la inevitable fuerza que tiene el Reino para descubrirlos y separarlos de la auténtica comunidad. Al final, Dios les servirá de lo mismo que han cultivado.
Este pasaje, nos invita a hacer un recorrido. Descubrir en Jesús la plenitud del cumplimiento ante el cual se nos revela el sentido de la existencia propia. En Jesús la red se ha llenado y ha comenzado el tiempo de la selección de lo recolectado. Los que han sido capaces de entender su palabra y su plan de salvación, están obligados a transmitir este sentido a los demás y, de esa forma, renovar la propia enseñanza al contacto con la enseñanza de Jesús. Sólo desde esta última —la enseñanza de Jesús— la Escritura adquiere su sentido verdadero y auténtico. ¿Qué clase de peces somos? Roguemos al Señor, por intercesión de María Santísima, que seamos siempre peces buenos. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
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