Jesús ruega, con toda su alma, para que el Padre preserve a sus discípulos del mundo y del poder de las tinieblas. Esto significa que la tarea del discípulo–misionero es instaurar, como lo ha hecho Jesús, un modelo de convivencia humana alternativo al que el Maligno ha logrado establecer. Para esto los que sigan a Jesús necesitan ser preservados de estas fuerzas negativas que penetran la sociedad hasta nuestros días. Jesús quiere librar a los suyos de la mundanidad para que sean enteramente del Padre —como lo es él— viviendo y sirviendo su misma vida, unidos a él y entre sí, para dar el mismo testimonio que él da de la verdad: «Tu palabra es la verdad» (Jn 17,17). Él ha dicho que es la verdad y la vida, la verdad de la bondad del Padre que comunica su vida, a quienes crean en su palabra de vida testimoniada por Jesús.
Nosotros, hoy, a imitación de aquellos primeros seguidores, pongámonos, con ayuda de María santísima a los pies de Jesús y compartamos sus sentimientos y súplicas para hacer que el mundo crea. Él nos ha guardado y custodiado con amor de predilección y por eso nos ha constituido en sus testigos. Él, por habernos amado, nos ha dado la Palabra de la verdad, una palabra que contradice muchas palabras del mundo: odios, injusticias, insolidaridad, soberbia... Y al volver al Padre pide para nosotros que no nos retiremos del mundo, sino del mal del mundo y que sepamos sufrir en medio de él, santificándonos en la verdad. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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