Esto lo concreta Jesús en tres direcciones que abarcan toda nuestra vida. En primer lugar quiero ver lo que nos dice de la relación con Dios, y por eso nos presenta la oración, que debe ser sincera y sin buscar recompensas materiales —eso lo sabemos—. Jesús nos invita a hacer una oración sencilla, humilde, que no sea una exhibición. Luego quiero ver la relación con los demás, que se ejerce por las obras de caridad que no necesitan hacer ostentación ni publicarse en Internet y las redes sociales para ser vistos ayudando al otro, sino expresando esto con la caridad que brota del corazón que sabe que todo le viene de Dios. Finalmente me detengo en la dirección que toma en cuenta la relación con nosotros mismos y que es el aspecto sacrificial de nuestra vida que en este relato del evangelio viene expresado en el ayuno, que no es para dar lástimas, sino para abrirse a la gracia de Dios, es decir, vaciarnos para poder llenarnos de Dios.
En estos tres aspectos, o direcciones que «Dios ve en lo secreto», se sigue la misma dinámica: Cuando damos limosna, no lo debemos hacer para que todos se enteren, Dios nos ve y nos premiará, Cuando rezamos, no es para que todos se den cuenta de lo piadosos que somos, sino para tener un encuentro con Dios. Finalmente, cuando ayunamos, no buscamos el aplauso y la admiración de los demás, sino que lo hacemos por amor a Dios. El «Dios que ve lo secreto» vio todo lo que vivió María Santísima y el camino que nos han trazado tantos santos, beatos, hombres y mujeres de profunda fe. Que ellos nos ayuden también a glorificar a «Dios, que ve lo secreto». ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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