Del padre Javier si puedo compartir algo, pues era relativamente cercano por varios motivos. Su hermana Lupita vivió un tiempo en la esquina de la cuadra de mi casa paterna, su hermana Teresita fue Misionera Clarisa del Santísimo Sacramento, congregación religiosa de la misma familia Inesiana a la que yo pertenezco; y mi mamá, desde hace casi 50 años, forma parte de la Agrupación de Esposas Cristianas que fundó la señora Josefina, mamá del padre Javier y por eso conocí desde pequeño a la familia. Vi al padre alguna que otra vez que tuve oportunidad de saludarlo. Tenía 79 años y era conocido como el padre Gallo. Su familia se expresaba muy bien de él y siempre lo admiraron por su gran entrega en la sierra Tarahumara en donde hasta que lo asesinaron era el superior de la comunidad. El padre dedicó su vida a los tarahumaras: hablaba su lengua, conocía sus nombres, sus casas y sus caminos. Era párroco y vicario de pastoral Indígena de la Diócesis de Tarahumara. Su alegría y su luz llenaban el espacio.
Hoy el evangelio (Mt 7,21-29) habla de la casa construida sobre roca y la casa construida sobre arena. Con toda seguridad, por los testimonios que he leído, sé que estos dos padres construyeron sobre roca su vocación religiosa, misionera y sacerdotal. El padre Javier apenas el viernes pasado había celebrado sus 50 años de ordenación sacerdotal. El padre Joaquín tenía un poco más. Pienso mucho en ellos y en que el Señor, de repente y sin saber cuándo, viene a llamarnos para entrar a la vida eterna. Leyendo este trozo evangélico y pensando en estos dos grandes sacerdotes me viene el invitar a quedarnos con unas preguntas: ¿Sobre qué estamos edificando nuestra vida y nuestra vocación: sobre roca, sobre arena? ¿sobre qué construimos nuestras amistades, o nuestra vida de familia, o nuestro apostolado? Que María santísima nos ayude y nos aliente para construir nuestra vida como su Hijo Jesús quiere. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico.
Padre Alfredo.
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