En nuestro propio corazón creemos ver claro, y encontramos toda clase de excusas para nosotros; pero somos incapaces de juzgar verdaderamente lo que ha llevado a tal persona a obrar de tal manera: su herencia, las influencias de su medio ambiente, de su educación... su carácter, el juego sutil de sus hormonas, sus intenciones profundas. Nunca tenemos todos los datos de un problema cuando se trata de los demás. Sólo Dios conoce verdaderamente el corazón. El ideal, pues, ¿no sería tener un juicio justo y el más objetivo posible sobre las cosas y los actos humanos... y evitar todo juicio subjetivo sobre las personas?
Miremos cada uno de nosotros nuestra realidad y cada día veamos lo importante que es ponerse en los zapatos del otro con las condiciones de vida que el otro vive. No pasemos el tiempo criticando a los demás, condenando y encontrándoles defectos porque nunca vamos a acabar. Todos somos pecadores —nos recuerda constantemente el Papa Francisco— y todos tenemos infinidad de errores porque no somos perfectos sino perfectibles. Pidamos a María Santísima que interceda para que el Señor nos libre de esa manía enfermiza y tan extendida de la crítica malévola y pidámosle que tengamos buenos ojos para ver nuestras propias fallas y corregirnos. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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