El seguimiento de Cristo aunque conlleva ruptura total con el pasado modo de vivir, es vocación a la libertad. El discípulo–misionero de Cristo no tiene más límites a su libertad que los que señalan al Espíritu, el amor y el servicio fraterno irreconciliables con el egoísmo, el libertinaje y la vida sin religión. Esta libertad que Cristo nos ha conseguido es un riesgo y un desafío como la vida misma; por eso no deja de ser un atentado suprimir la libertad, un absurdo renunciar a ella y un pecado abusar de la misma.
Nosotros no debemos presentar excusas para no seguir a Cristo, porque para ir detrás de él no hay excusa que valga. El seguirle por el camino del Evangelio, del Reino, exige estar dispuestos a darnos del todo. Y sólo después de darnos del todo, sin reservas, uno descubre que Dios es amor y nos da la oportunidad de una vida llena de satisfacciones al seguirle. Pidamos a María Santísima, que supo sostener el «sí» que pronunció, que interceda por nosotros para que no pongamos obstáculos para seguir a Cristo. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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